jueves, 14 de marzo de 2019

Escritura automática



Escritura automática.
Pero con trampa —o trampa-antojo.
La mano fluye libre en apariencia:
no es más que el Parkinson de un único
golpe de sangre inútil y sediento
trasladando las sombras del Alzheimer
consustancial al ser
—que es más que ser estar efímero
o un no estar que se agarra  como a un clavo
ardiendo a la entelequia
deletérea del tiempo y sus miasmas—
desde la nada al caos preludio
del epílogo amorfo del silencio.
Y la mano fingiendo
ser dueña y a la par
esclava del azar rompe de forma
prematura la esencia de la historia
y el poema: ese mismo
silencio que confirma
y niega la cadencia
y da y quita la vida —quimera masoquista
que se autoparasita
con apetito sádico.
Autotura escrimática:
Puedo escribir los versos
más tristes está noche de cadáveres
exquisitos soñando que hubo un día
en que estuvieron vivos.
Puedo, pero no quiero o es que quizás no sé
o aún peor no estoy ni soy
o soy no más que un trazo sin sentido
producto del espasmo sin memoria
que engendrara el Big Bang por accidente.
Autoruta cismática.

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