“Als sie mich holten,
gab es keinen mehr, der protestieren konnte”. (1)
Martin Niemöller
En este sacrosanto reino católico, apostólico y romano de las dos Españas mal gobernado, salvo contadas y honrosas excepciones, por politicastros mediocres y arribistas, raro será encontrar un partido político que en alguna ocasión no haya abogado, ya expresa, ya veladamente, por la necesidad de negociar algún tipo de acuerdo con el fin de tratar de poner punto y final a la extorsión, el asesinato y la violencia que desde hace ya tanto viene perpetrando sin ningún tipo de escrúpulos la mafia terrorista. Y de lo que no cabe duda alguna, por estar de sobra documentado, es de que los dos partidos mayoritarios, populares y socialistas –tanto monta, monta tanto-, estuvieron en más de una ocasión sentados con los asesinos tratando de alcanzar ese objetivo cuando ejercieron labores de gobierno.
Negociaciones que muchos demócratas saludábamos entonces al pensar, equivocados o no, que tal vez ese fuese el único camino para alcanzar la paz, aunque para ello tuviésemos que hacer grandes esfuerzos por contener las nauseas que nos causaba la idea de tener que ceder aunque sólo fuese un ápice frente a las pretensiones de un atajo de alimañas con las manos manchadas de sangre.
Pero aquellos fueron otros tiempos; unos tiempos en los que aún cabían esperanzas acerca de la consolidación de la democracia, de la libertad de expresión y opinión, y de la honestidad y el juego limpio en la confrontación política. En la actualidad los motivos de aquellas esperanzas brillan por su ausencia. Prueba de ello es que hoy se tache de anti-demócratas y se pretenda amordazar con la amenaza del peso de una Ley cada vez más amañada y que muy poco va teniendo ya que ver con la Justicia a aquellos que siguen opinando que la única vía posible para acabar con los asesinatos de la banda terrorista tal vez se encuentre en una salida negociada. Porque eso y nada más es lo que ha hecho Alfonso Sastre en su ya controvertido y polémico artículo sobre el conflicto de Euskadi, expresar su opinión de que puede no haber otra salida posible a la violencia terrorista que la negociada, y que, de no trabajarse en ésta vía, difícilmente se podrá alcanzar la paz y, por consiguiente, tampoco se logrará acabar definitivamente con el dolor de las víctimas.
Tras haber leído el citado artículo
(2) no me ha podido resultar más desolador escuchar las patéticas declaraciones de los dirigentes de los partidos popular y socialista, de supuestos profesionales de la información, que olvidaron que la ética periodística les exige antes que nada la búsqueda de la verdad, y hasta de altos magistrados de la Audiencia Nacional especulando sobre la posibilidad de que las opiniones en aquél contenidas pudieran ser consideradas como delito de enaltecimiento del terrorismo al hacerse partícipes de y justificar estrategias de ETA. Los que así se han expresado sólo han podido hacerlo por dos motivos: por ni haber leído el artículo de Sastre, lo cual dice bien poco de su altura moral, o por hallarse encadenados a un aberrante pensamiento único –mal llamado pensamiento al consistir en esencia en abstenerse de pensar para no cuestionar en ningún momento el discurso oficial- para el que todo el que no comparte sus postulados se está situando al margen o al menos, en los límites de la Ley. Es el o estás conmigo o contra mí, la propagación aterradora de un macarthismo basto, antidemocrático y provinciano empeñado en hacernos ver brujas y fantasmas donde lo más probable es que nunca los haya habido.
Y entretanto, estos mismos, no se llegan a cuestionar lo más mínimo las peligrosas declaraciones de tinte fascista de algún que otro integrante de la pinza vasca, como Iturgaiz, clamando por que sean fumigados todos aquellos que en su opinión puedan considerarse acólitos de ETA. Como en Mauthausen. Pero, claro, Iturgaiz, en contra de Sastre, es todo un demócrata y, por lo tanto, puede decir lo que le venga en gana para echar afuera la inmundicia que, sin duda, ante tales declaraciones, habrá que convenir ocupa gran parte si no todo su cerebro.
En esta España donde tanto se ha criticado desde ámbitos políticos las injerencias de la Conferencia Episcopal en las labores del Legislativo con motivo de la futura nueva ley del aborto, así como su anuncio de excomulgar a aquellos profesionales sanitarios que lo practiquen, se está fraguando, en esos mismos ámbitos políticos que dicen escandalizarse ante la persecución iniciada por los obispos, una Inquisición que tiene reservadas la excomunión civil y la mordaza para aquellos que discrepen, para aquellos que opinen de manera diferente ya sea en el tema de las posibles vías para alcanzar la paz en Euskadi o en cualesquiera otros.
Porque, ¿quiénes, si es que no lo están siendo ya, serán los siguientes en ser hostigados, criminalizados y condenados al ostracismo por tratar de expresar ideas diferentes a lo considerado política, que no éticamente, correcto? ¿Los defensores de los Derechos Humanos, los que alzan la voz pidiendo políticas migratorias diferentes, los que claman por el derecho –me refiero a un derecho efectivo e inalienable- a una vivienda digna para todos, los que piden una redistribución de la riqueza hacia la equidad y el bienestar para todos, los que se enfrentan a la destrucción del medio ambiente, los que exigen que no se arrebate a los trabajadores ninguno de los derechos que éstos han ido conquistando con sangre, sudor y lágrimas?... Porque cuando se inicia una caza de brujas, y más tan cerril como ésta a la que estamos asistiendo, puede estar gestándose una peligrosa deriva totalitaria y, ya se sabe que cualquier totalitarismo, ya expreso, ya velado, no admite disidencia alguna. Y hoy, cuando esa espantosa aberración del pensamiento único se está además infectando con el deletéreo virus del fascismo –como evidencian la rápida ascensión de la ultraderecha en gran parte de Europa o el nulo revuelo ocasionado por las desafortunadas y aterradoras declaraciones de Iturgaiz-, la disidencia es más precisa que nunca.
La disidencia y la paz. Y la palabra, la buena prosa, ese don que, bien utilizado como en el caso de Sastre, tanto parece molestar a los inquisidores, no sea que a los ciudadanos, tan acostumbrados a sufrir de sus bocas la oratoria prosaica y huera que sustenta al pensamiento único –el no pensamiento-, nos de por comenzar a pensar con independencia y podamos desmontarles su discurso chabacano y totalitario.
Así que, desde mi modesta condición de ciudadano de a pie con limitadas aptitudes para la buena prosa, hoy alzo la voz por la paz. Pero también, como hiciera ese gran poeta y mayor ser humano, español y vasco, que fue Blas de Otero, para pedir la palabra. La palabra. Para todos aquellos que por tratar de expresar sus ideas, como Sastre, están siendo falazmente criminalizados y silenciados, pido la paz y la palabra.
Sí, pido la paz y la palabra. Para todos ellos y para mí, con vehemencia, a gritos, las pido. No vaya a ser que suceda como en el texto de Niemöller y, si algún día vinieren a buscarme, ya no haya nadie para protestar por ello.