Corren malos tiempos para la lírica. Y para la inteligencia, que sólo puede calificarse como tal si se utiliza con buenos propósitos. Cuando no es así, y, por ende, se afirma en un sentimiento de superioridad por cuestiones raciales –que casi siempre, por no decir siempre, ocultan o vienen aderezadas por aspectos de perversa e injusta dominancia de tipo económico- sólo se puede hablar de sucia barbarie por muy revestida que se nos presente con los oropeles de un pensamiento “ilustrado” que sólo trata de ocultar la inmundicia de los más bajos instintos. Como el Ku Klux Klan o la Santa -eufemismo de demoníaca- Inquisición o los fascismos representados, por ejemplo, por los regímenes nazi o estalinista. Vuelven tiempos de persecución, botas en el cuello y escarnio. Pero los censores y verdugos con puño de hierro ya no se ocultan bajo mantos “sagrados” y capuchas, sino que se presentan a cara descubierta y con ese síndrome de idiotez profunda que va impregnando a las nuevas generaciones, o a parte de éstas, entre otras causas, por la extensión de la (in)cultura del videojuego y la devaluación ética que suponen la indolencia y la insensibilidad frente a la pesadumbre ajena.
El caso es que un grupete de tarados, con aires de ilustrados y de salva-patrias, pero en el fondo tan sólo unos bodoques sin dos dedos de frente y ni un ápice de sentimientos y empatía, ha ideado un “simpático” juego para “divertirse” y “concienciar” a la sociedad -¿es que aún queda algo que pueda denominarse así?- del grave problema que suponen, para la tierra desde la que se domina el Imperio, los trabajadores indocumentados. Ya saben: apestosos negros, chicanos violadores, chinos sopla-pollas y algún que otro españolito, por ejemplo, al que confunden con un ciudadano árabe en la antesala de los calabozos de un aeropuerto. De los “moros” “moros” ni hablo, que estos son todos unos asesinos sanguinarios siempre dispuestos a sembrar el terror.
“Encuentra al inmigrante ilegal” se denomina la genial ocurrencia de éste grupo de estudiantes republicanos de la Universidad de Nueva York. ¡Joder!, ya se podían poner a estudiar para algún día alcanzar esa cima de la más alta sabiduría a la que pueden aspirar, que no es otra que llegar a conocer exactamente la situación en el globo terráqueo de Paris o Polonia, en lugar de ponerse a jugar a malditos inquisidores con vocación de bronco vaquero donde pongo el ojo pongo la bala y primero disparo y después, si acaso, pregunto aunque me la sude la respuesta. Porque el inocente jueguecito consiste en que varios descerebrados jugando el rol de “agentes de inmigración” se dedicarán a perseguir a otro bodoque que interpretará el papel de pobre desgraciado señalado con el estigma de “indocumentado”, lo que aquí hemos dado en denominar, en una pérdida total de los papeles de la moral y la decencia, “sin papeles”.
El ganador, al menos, se podrá sentir afortunado con los 100 dólares que recibirá de premio, pues con ellos podrá casi pagar la primera de las muchas sesiones que, sin duda, todos y cada uno de estos auténticos despojos humanos requieren en la consulta de un psicoterapeuta.
La presidenta de este Club de descerebrados, a la que habrán elegido por su elevado nivel de estulticia, una tal Sara L. Chambers, se ha explayado diciendo con absoluta desvergüenza, y con un cinismo sin duda a prueba de la más sofisticada de las máquinas de la verdad que pueda encontrarse en el mercado, que el juego sólo busca llamar la atención de los estudiantes sobre el problema que representa la inmigración de trabajadores indocumentados, pero que, a pesar de ser provocativo, en ningún caso puede ser tildado de racista. Sin comentarios, que me empieza a doler el estómago.
Después nos extrañamos de las barbaridades cometidas por el Imperio y sus lacayos en Irak o en los Balcanes, por no ir más lejos. Pero es que, con cachorros así engrosando las potenciales futuras filas del fascismo, y sin que nadie de esos otros bárbaros que se autodenominan servidores de los pueblos a los que esquilman les plante cara, es lo menos que puede pasar.
Y lo malo, es que estas modas tan “modernas” –aunque en realidad estén ancladas en las más oscuras mazmorras de la Edad Media- no se quedan sólo allí, sino que las terminamos importando con complacencia por estos lares; así que no se extrañen si pronto vemos aquí una serie de versiones consistentes en “Hundir la patera” o “Patéale los huevos al negro cabrón del cayuco que nos recoge los tomates, nos quita nuestro trabajo y se folla a nuestras mujeres y nuestras hijas y además lo hace sin haberse aseado antes sus partes (in)nobles, porque el tío es guarro de cojones”.
Por si acaso, yo propongo un posible método preventivo. Juguemos a “Encuentra al carajote integral”. Sólo que este divertimento se me antoja que será mucho más fácil. Como primer ensayo se podría acudir a la sede del citado Club de “estudiantes” republicanos y tratar de señalar con el dedo a alguno de éstos que pudiese haber sido tocado por el “don divino” de esa “cualidad”, digo por el hecho de ser un carajote sin remedio. Sólo que este juego sería aburrido por demasiado fácil, pues bastaría señalar a cualquier parte de la sacrosanta sede de tan pintoresco club para acertar a dar con uno de estos descerebrados sin escrúpulos. Para hacerlo más atrayente, el premio para los ganadores -que, como digo, serían muchos- podría consistir, no en estipendios en metálico o especie, sino en permitirles contemplar a los citados carajotes integrales intentando cruzar el Río Grande o el puto Estrecho de la Muerte que tenemos entre Andalucía y el Norte de África. Y, para no terminar ahí, también se podría ver a los que consiguieran pasar esta prueba, recogiendo berenjenas en un invernadero en pleno agosto durante 10 o 12 horas al día. Por ultimo, como apoteósico fin de fiesta, sería supercalifragislisticoexpialidoso poder admirar como a los sobrevivientes, medio drogados y de una patada en el culo, se los introduce al fondo de un avión de carga con destino al puñetero infierno (que como ya se sabe está situado en cualquier país del tercer mundo).
Y es que a mí, cuando me entra la mala leche, no hay dios que me supere ideando jueguecitos, ¡”cago’ntó”!