martes, 1 de octubre de 2019

Órdago


Ante la nueva crisis económica que afirman se nos avecina, legiones de zombis mediáticos reclaman la configuración en España de un gobierno estable como elemento imprescindible para frenarla; que mire usted que volvemos a estar en campaña electoral y hay que hacer parte del juego sucio a las formaciones políticas mal llamadas constitucionalistas —porque es de suponer que, con lo de estable, se vienen a referir a un gobierno dispuesto, en señal de sumisión y vasallaje, a postrarse de hinojos a los pies de la CEOE y el IBEX 35. 

Un gobierno estable como bálsamo de Fierabrás en estos tiempos convulsos de manipulación y tocomocho, eso limosnean como almas que se llevase el diablo —el cual, como es sabido, tiene fijada su residencia en el número 1 de la Plaza de la Lealtad en Madrid. 

¿Pues no habíamos quedado en que, en el contexto de nuestras amordazadas y maniatadas democracias representativas del divino occidente, los ciudadanos debíamos, con fe sorda, muda y ciega, confiar en el taumatúrgico poder autorregulador de los mercados? Menudo contubernio entre oscuros intereses económicos e ideologías espurias el que hay montado en la Una, Grande y Libre y casi la totalidad del resto del mundo. Lo llaman libertad, pero no es más que libertinaje perpetrado con premeditación, ensañamiento y alevosía. 

Tal vez haya llegado el momento, tras una concienzuda formación previa en valores humanos hacia la plena empatía, de comenzar a confiar en el poder autorregulador y autogestionado de las personas.

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