En estas Navidades,
tan largas sin haber dado comienzo,
aspersores de cieno y sueños zombis
anegan los pulmones del lenguaje
con su desdén sin límite y sus ojos
esquivos y mordaces: qué patíbulo
de sol cayendo a plomo sobre el trigo,
y espíritus sin alma.
Nunca pensé que el cielo
llegase a ser tan terco y despiadado
negándome la luz de las estrellas
a la hora de las sombras y los pájaros
de garganta obstruida:
mi sangre es un erial, tierra quemada.
Prometo no vengarme.
Y no creer de nuevo en flores falsas,
ortigas de mercurio
brotando como sierpes en la nieve,
así como prometo por mi aliento
no volver a tomar nunca en la vida
lo gris por la esperanza
de un refugio celeste.
Prometo no volver
-los ángeles no existen-
a confundir la gloria con un súcubo y prometo
ser el peor de todos los demonios: el silencio.
Y prometo no ser: como si nunca
antes hubiese sido. Lo prometo.
1 comentario:
Puedo prometer y prometo decía aquél y ya ves como quedó
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