Hay otra Venecia íntima, que es la de los que residen allí todo el año. La de los que conocen que su hora mágica es cuando la marea cesa en la madrugada, hasta dejar su turno a la siguiente, y los solitarios y vacíos canales son espejos tersos que reflejan sosegadamente la belleza de sus palazzos; la de los que adivinan por el oído cuáles son las campanas de cada iglesia sonando con el crepúsculo, la de los que saben las calles sin salida que dan a los canales y los que para ir al mercado, calzan carros de compra con grandes ruedas para salvar las escaleras de los puentes… Sólo los residentes se orientan por los recovecos de cada sestiere o barrio…con sus deliciosos vecindarios que están a apenas unos pasos de las abarrotadas arterias principales, de las que los turistas no salen por miedo a perderse… allí todavía perviven las pequeñas tascas, o bacari, ideales para el café mañanero, para el aperitivo o para el café con grappa después de almorzar. Estas tabernas cuentan con mostradores o barras de madera de roble o nogal, llenos de cicchetti o bocaditos de toda clase de pescados y bocadillos triangulares rellenos de proscuitto y alcachofas del tamaño de capullos de rosas. … También se conservan aquí tiendas de ultramarinos o drogherias, que destacan por sus coloridos y abigarrados escaparates, y donde se puede encontrar vinos y aguardientes italianos, dulces, turrones, frutos secos, cafés, regaliz y especias de todos los orígenes, olores y sabores…
(¢) Carlos Parejo Delgado
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