—las ocho menos cuarto,
y debo hacer constar
que en raras ocasiones me retraso—
acudí a la consulta del psicólogo.
Después de treinta y siete minutos esperando,
la joven que ejercía como recepcionista,
me invitó,
muy amable,
a entrar en su despacho.
“Túmbese en el diván”—reclamó inquisitivo,
en tanto yo pensaba: “¡Vaya un sujeto antiguo!”
Luego de formularme
un sinfín de preguntas, a cada cual más tonta,
emitió su solemne veredicto:
“Tiene usted que cambiar
el odio que acumula en sus entrañas
por amor, mucho amor, por nada más que amor.”
“¿Por nada más que amor?” —le respondí molesto,
para luego añadir:
“¿Amor en este mundo
de guerras, genocidas, esclavistas,
políticos corruptos,
de no llegar a fin de mes, de niños
muriéndose de hambre, de psicólogos
que, como usted, están como una puta cabra…?
¿Amor? ¿Pero qué coño está diciendo?”
“Vamos, vamos —me dijo—,
aplaque usted su ira
y olvídese de todo
lo malo y trate ahora de centrarse
nada más que en lo bueno.”
No pude soportarlo por más tiempo,
juro que lo intenté,
pero fue inútilmente:
le arranqué de un mordisco
una arteria del cuello
y luego, con paciencia,
lo piqué a pedacitos
que he dado de comer a las gaviotas.
Lo siento por la chica
de recepción, no me caía mal
y parecía buena gente.
Pero comprenderán que no podía
dejar testigo alguno. No sufrió, lo prometo.
Y lo siento de veras, ya será para siempre
otro motivo más de mi desasosiego.
Así que para dentro de un mes ya tengo cita
concertada con otro reputado psicólogo.
Espero sea un buen profesional
y no llegue a tocarme
demasiado los huevos. Soy un sujeto, amén
de bien limpio, muy serio.
NOTA PARA MI PRIMO: Primo, si llegas a leer esta confesión, no te acojones, hombre. Psicólogos hay muchos y tú serías el último.
1 comentario:
Los psicólogos, comoantes los curas, han de padecer muchas chanzas macabras en su lucha profesional por lograr un poco de más felicidad para sus clientes. Los brokers de la bolsa o los políticos, en cambio, se van tantas veces de rositas.
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