De chaqueta o de largo en torno a un tóxico
caldero de agua hirviendo de letrina,
mascullan sus conjuros.
Cuando concluye el salmo, añaden
distintos ingredientes a la sopa
que alimenta al engendro
al que sirven sumisos: derechos, libertades,
sangre, sudor y lágrimas
de los desposeídos, himnos rancios,
el semen sifilítico de un cura pederasta, una poltrona,
secretos oficiales, nepotismo,
una orden de desahucio, una mordida,
un proyectil de uranio empobrecido,
y etcétera y etcétera y etcétera.
Y no hay nadie en el Santo
Oficio ni en los altos tribunales
paganos, que decida
alzar entre las ruinas una hoguera
donde purificar tanto pecado.
No es tiempo de exorcismos
―arguyen mientras, cómplices,
se suman con cinismo al conciliábulo.
La flor del tabaco
-
*(Pues si mata… que mate)*
*A Manolo Rubiales –echando humo.*
*Ayer noche, al quedarme sin tabaco*
*–Estaban los estancos y colmados,*
*Los quioscos...
2 comentarios:
Pesadilla inquisitorial
El conciliábulo sabe que los tontos adoran las fumatas blancas y las procesiones de los pajes, y que la memoria ni siquiera dura un telediario. Algo de culpa tendrán los que siguen a los santos y dejan a sus hijos en manos de los curas, que por lo visto son peores que el diablo.
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