-¡Villalobos, que viene Villalobos! -gritó el pastorcillo guasón.
Y, pese a conocer su condición de bromista patrañero, todos los demás pastores, ovejas churras y merinas, piojos melenudos, perros pastores y hasta un nutrido grupo de turistas japoneses que andaban por allí sacando miriadas de fotos -más vale prevenir, debieron pensar todos ellos- salieron huyendo a la carrera para, en su caso, evitar que la alimaña infecta y casposa de la casta dormilona terminase contaminando de los más nocivos de los parásitos, con o sin rastas, sus sanas, pulcras y cuidadas cabelleras.
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