lunes, 28 de diciembre de 2015

El Taxodio o ciprés calvo de los pantanos de Florida (Carlos Parejo)


Me aclimataron tempranamente cuando me trajeron de la Península de Florida (Estados Unidos de América) a los jardines del Alcázar, y de ahí pasé a los del Palacio de San Telmo, actual Parque de María Luisa.

Uno de mis descendientes más antiguo (año 1850) es el imponente árbol que da cobijo al primer monumento erigido en memoria del poeta sevillano romántico por excelencia: Gustavo Adolfo Bécquer. Fui plantado en su glorieta cuando aún era pequeñín. Y ahora soy un colosal árbol naturalizado, que dicen los científicos.

También estoy presente escoltando las escaleras que dan entrada a la fuente de las Ranas, donde en otoño produzco -sin subvenciones oficiales- un maravilloso espectáculo natural de brillo y colorido.

Pero se pueden contar con los dedos de la mano los exiguos ejemplares residentes en Sevilla ciudad. Y es que en mis tierras aborígenes crezco de forma natural en las zonas pantanosas, pero necesito un mes de frío intenso para germinar y reproducirme, cosa que aquí no siempre termino por conseguir.

Mi crecimiento es lento, pero llego a la chita y callando a los veinte o treinta metros de altura. Mi tronco es recto como una columna vaticana. Con los años se va ensanchando por la base con potentes contrafuertes que me sirven de sostén. Mi copa es de forma piramidal en su fase juvenil, pero al ir envejeciendo mis ramas toman un aspecto más irregular y desordenado, como chiquillo despistado y soñador, con los cabellos despeinados.

Si me miras con atención verás que mis hojas, en forma de agujas, a finales del otoño toman un bonito color ocre anaranjado. Y acaban por caer en el invierno, rompiendo las supuestas estrictas normas de mi especie: las coníferas.

(¢) Carlos Parejo Delgado

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