Se consideraban padres ejemplares porque hablaban a sus hijos pequeños en un lenguaje pobre y tonto, según el cual los perros eran guau, los gatos eran miau y los pájaros se suponía que eran pío, pío. ¡Cómo se reían ellos con sus compañeros de guardería ante semejantes chorradas¡
Esos padres mentían tanto a sus pequeñines, que éstos se hicieron tempranamente expertos en justificar sus propias mentiras.
Aquellos chavales llegaron a la adolescencia con todos los papeles en regla. Su fantasía permanecía tan libre y cambiante como vuelo de golondrinas.
(¢) Carlos Parejo Delgado
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