Asido a un trozo exiguo de madera
a modo de esperanza,
mecido por la mar, despierta el náufrago.
La sed y el sol anublan sus sentidos
e imagina que estuvo y estará eternamente
su sitio entre las olas:
esboza una sonrisa. Pero al poco se aclara
su razón, espoleada por el frío
y el dolor de un calambre,
y cree recordar la singladura
y el barco, cuyo nombre se halla grabado a fuego
en la tabla y la fe que lo mantienen
penosamente a flote, y que no alcanza
a descifrar cegado por la sal
que escalda sus pupilas.
E imagina la dársena, el graznido
de albatros y gaviotas, la taberna
del puerto y los aromas
fecundos de la tierra bañada por la lluvia
y el pan recién horneado.
Y, preso del espanto y el anhelo
de perpetuarse, rema
con sus brazos cansados sin saber hacia dónde,
pero ansiando encontrar en su trayecto
el regazo de una isla
que lo acoja y lo salve.
Con un poco de suerte
se dormirá de nuevo
para siempre en las olas
sin haber descubierto que la mar no es su sitio,
que jamás hubo un puerto
y nunca habrá un isla,
y que el nombre del barco
donde soñó viajar
no es otro que "Quimera".
La flor del tabaco
-
*(Pues si mata… que mate)*
*A Manolo Rubiales –echando humo.*
*Ayer noche, al quedarme sin tabaco*
*–Estaban los estancos y colmados,*
*Los quioscos...
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