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Yo canto queriendo curar una herida.
Pero los arpegios son espadas que se clavan en mi vientre
Lo mismo que pronombres personales que, punzantes, se niegan
A fecundar el verbo.
Canto porque
Muerte tras muerte en mi agonía
Me voy transmudando en penumbra y silencio.
Yo soy el hijo indeseado del silencio y de una noche poblada de escarcha –deforme bastardo de ojos estridentes.
Canto para romper los tímpanos
A la bestia que me robó el aliento y luego complacida
Lo vomitó entre la basura.
Bestia sorda, ciega, silente, sin paladar ni brazos, alimaña pavorosa en los espejos, roca estéril. Canto
Contra los impíos, contra las mordazas, contra los verdugos, los imperturbables, contra los que sobreviven bebiendo la sangre inocente de los necios, contra los sin memoria, contra las flores que negándose al viento y las abejas
Arden en la nieve.
Pero ya nadie escucha al que carece de lenguaje,
Al que es todo memoria, al desolado.
Yo soy el hijo del silencio y de una infecunda y promiscua ramera azabache. El hijo de la muda violencia del silencio forzando a la aurora hasta la última de las gotas de su sangre nunca nacida.
Soy vástago de sus etéreas flechas –ponzoña ignominiosa e incisiva
Atravesando mis ojos, mis manos, pulmones, mi lengua, mi sexo-.
No canto como el ruiseñor en primavera. Canto
Porque tengo miedo
Y, al cantar, mi espanto, alocado, crece
Igual que un carcinoma sin cauterio.
Canto como el degollado que cavó su propia tumba y,
Tras sacar la última paletada de tierra, ya sin fuerzas,
Se sumió abatido e inerme sobre las flores de la niebla esperando a la llegada de los buitres.
Yo no canto
Poemas,
Canto
Sepulcros,
Esperma reseco y desolado
Sobre el obsceno catre de un prostíbulo.
¿Canto?
No,
Yo no canto. Yo ladro
Lastimeros aullidos inaudibles
Lo mismo que el cadáver de un perro apaleado que, en sus pútridos gemidos, reniega de estar muerto…
Pero nadie, pero la nada, pero la noche, pero la nieve, pero el silencio…