martes, 23 de abril de 2013

Strip póquer


Desconozco el porqué, el cómo y el cuándo
he llegado a este lóbrego tugurio
poblado de devotos babeantes
que me uncen a la espiga y al rizoma
sembrados por una horda de hechiceros
artífices del lodo y la cizaña.
Sospecho que he nacido hace un instante,
sin causa y que, no obstante, desde siempre,
estoy jugando al póquer con un ángel.
No es un ángel cualquiera, lleva escrito en sus alas
amputadas su nombre: Lucifer.
Tras tomar, frente a frente, unos chatos de mosto
que saben a agua y tierra y viento y fuego,
da cartas y me ofrece una manzana
y lee en mis pupilas el espanto.
"No temas -dice entonces-;
no soy ninguna sierpe nigromante
ni tú has de ser un ser inmaculado
envuelto en un sudario de embelecos celestes.
Por otra parte, espero que comprendas
que esto no es el Edén y que conservas
intacto el esqueleto y que este yermo
sin tiempo, alfa u omega,
habrá de ser tu tumba aunque rehusases
tomar parte en el juego;
un juego que armaríamos, de darse,
sin ases en la manga ni faroles
ni marcas en el dorso de los naipes."
Le sigo el juego y clavo
al fruto los colmillos hasta el tuétano,
y todo se ilumina de luciérnagas
que me hacen vislumbrar que estoy desnudo
y soy de luz y azogue.
“Así que esto era el juego”, me digo algo perplejo,
y en lugar de sentirme conturbado
ante la desnudez que hallo en mi sexo
y huir para ocultarme entre las cardos,
acepto mi orfandad e inicio, impávido
y dueño de mis actos,
mi efímero periplo bajo un cielo
silente y apacible, salpicado de estrellas.

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