lunes, 18 de febrero de 2013

El túnel del tiempo de las comunicaciones (4): El palacio del Louvre (Carlos Parejo)


Heme aquí, disfrazado de paje de antecámara real, en pleno Palacio del Louvre (Paris, Francia).

Las campanillas se han convertido en los diminutivos de las campanas de las iglesias, para demandar una presencia útil en el hogar. Se han generalizado y están en todas partes: En la portería del jardín; a la entrada del edificio, y en cada una de sus cientos de habitaciones. Hay, incluso, un diccionario sonoro que todos los sirvientes deben aprender. Según el número de veces que su excelencia real la haga vibrar, llama a uno u otro. Pienso para mis adentros que no está nada mal. Aunque, si Graham Bell hubiera inventado ya el timbre eléctrico, aquello sería un manicomio.

La reina se pasa toda la mañana despachando y recibiendo billetes. Se trata de mensajes diminutos, escritos de puño y letra, que luego pliega, mete en su sobre y cierra con lacre y su sello real (los primitivos anti virus contra espías y gente sediciosa). Más de un centenar han pasado por mis manos, para que luego hablen de la adicción a los teléfonos móviles.

Las comunicaciones, en este palacio aparentemente tan vigilado, no dejan de sorprenderme. Los reyes y sus familiares directos tienen un laberinto de pasadizos y puertas secretas para acceder –mediante resortes hábilmente disimulados- a todas las habitaciones, sin ser vistos. En estos pasillos, a la altura de sus ojos, hay unas disimuladas pequeñas mirillas para observar lo que sucede en cada una de ellas. También han incorporado tubos para que los techos y las paredes oigan las conversaciones de cualquier habitación; y otros ingenios más sofisticados, como tuberías con espejos reflectantes, para ver lo que sucede en las de la planta baja o en las entradas al edificio. Aquí se acaba de inventar el dicho “Cuidado, que hasta las paredes oyen”.

Nadie entra en una mansión notable de cualquier manera. Las mansiones están vigiladas por verjas y barreras custodiadas por porteros de garita y fieros perros guardianes. Uno, tras recibir el visto bueno de los porteros, ha de dejar su tarjeta y motivo de visita al mayordomo o ama de llaves, y sólo tiene vía libre cuando se hace anunciar. Los vestíbulos y salas de espera se generalizan en esta época, y de ella los hemos heredado.

Vivimos en una época donde las noticias se recaban en la plaza mayor de cada ciudad, llamada vulgarmente el mentidero, por la cantidad de insidias y rumores que se propagan y de las que luego hay que retractarse. Y todo este cotilleo no hace más que aumentar las precauciones de la gente famosa para comunicarse sin indiscreciones. Tienen habitaciones ocultas en sus mansiones, que nadie conoce, o las alquilan en viviendas de gentileshombres, conduciendo hasta ellas a sus visitas con los ojos vendados. Salen a pasear de incognito, desatornillando escudos y divisas de sus lujosos carruajes; poniéndose velos, antifaces, capuchas, sombreros anchos y calados, capotes y capas para embozarse.

Las noticias importantes, como siempre, les llegan antes a los personajes poderosos. Cualquier “Grande” de Francia o España tiene una buena provisión de caballos en la red de “postas” o “posadas correo” de su país. Y sus “enviados especiales”, mudándose de uno a otro equino, les traen sin tardanza, en menos de veinticuatro horas, los mensajes urgentes desde el más remoto confín.

© Carlos Parejo Delgado

1 comentario:

Milena dijo...

Me encantan estas incursiones...De pequeña siempre que fantaseaba me imaginaba sumergiéndome en diferentes momentos de la Historia y me preguntaba ¿Cómo sería yo si hubiera nacido en la época de la revolución francesa, o en el Antiguo Egipto o en Alejandría, o... ? Hoy me he visto intrigante y cautelosa, palpitante y emocionada, curiosa..... por esos pasillos del palacio... Gracias por la excursión !