Creado a mediados del siglo veinte, en el Polígono de San Pablo residimos más de diez mil habitantes en unas ocho mil viviendas, y ya nos consideramos parte de la Sevilla de siempre. Y eso que estamos dividido en cinco sectores coincidentes con las primeras letras del abecedario: A, B, C, D y E) por capricho de los políticos que programaron 128 nuevos polígonos del Ministerio de Vivienda en la España de los años sesenta y setenta.
Sin embargo, fuimos un barrio pionero por la disposición y por el desarrollo urbanístico empleado, con un papel primordial de los espacios abiertos entre bloques, buscando la tranquila convivencia de los vecinos de bloques de pisos que tienen normalmente cinco plantas.
Sin embargo, el aumento de los vehículos en propiedad ha obligado a ceder parte del antiguo espacio libre vecinal para el esparcimiento a plazas para aparcar. Por ello, han ido desapareciendo los jardines de cada una de sus plazas, donde llegó a haber hasta surtidores de agua y azulejería sevillana. Aún sí, tenemos más de 500 naranjos para dar sombra a estos espacios entre bloques, amén de plantas tropicales introducidas como jacarandas, aves del paraíso, etc.
Corría el año 2010 cuando mis paredes se vieron pintadas por una treintena de murales callejeros de artistas de más de 20 países. No eran graffitis ni cuadros de museo, sino creaciones artísticas a mitad de camino entre ambas, que dieron un nuevo colorido popular y moderno al barrio, gracias a una iniciativa de los proyectos del Milenio de Naciones Unidas.
Después de medio siglo de olvido, todos los barrios del polígono de San Pablo estamos ahora siendo “reurbanizados”, aunque transcurrirá toda una generación (25 años) hasta que la varita mágica de los Gobiernos Municipales haga realidad estas obras.
Los directivos de la empresa de aguas se alegran de que las nuevas tuberías de fundición dúctil eviten esas engorrosas pérdidas de agua potable cada año. Y a los vecinos se les ilumina la cara al conocer que las tuberías de gres eliminarán los malos olores de sus aguas fecales, que eran el tormento olfativo de algunos rincones del barrio donde nadie quería vivir.
Hay opiniones divididas en cuanto a que se extienda como una ola el acerado de calles y plazas, y éstas se vean conquistadas irremisiblemente por los veladores de bares y restaurantes, y sean un desierto en verano -de tanta flama y calo- donde no se pueda pasear por su continuada exposición al sol. Algunos vecinos preferirían que hubiera más árboles y cuando echan la vista atrás recuerdan que aquello era un pequeño oasis de verdor en sus años mozos. ¿Por qué tanto arboricidio oficial y vecinal?
El otro pecado capital de esta barriada es la limpieza. La Glorieta de Rafael Gordillo, el héroe olímpico de este humilde barrio, rebosa de cacas de perros. La educación ciudadana parece haber fracasado. Demasiados vecinos tiran cualquier colillas y papeles al suelo.
En lo que todos se ponen de acuerdo es en la eliminación de las barreras arquitectónicas mediante el plan de reurbanización. Los ancianos con andadores y sillas de ruedas suspiran aliviados. Los jóvenes que montan tablas, patinetes y bicicletas, ya se ven haciendo acrobáticas piruetas entre los bloques de pisos.
También despierta unanimidad el que se repongan los bancos para sentarse. Los viejos porque están cansados todo el día y los jóvenes para sus tertulias y botellonas a la caída de a tarde. La duda reinante es cuánto tardarán sus maderas en ser arrancadas de cuajo por algún vándalo urbano.
(¢) Carlos Parejo Delgado
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