jueves, 27 de junio de 2019

Río Grande, corazones pequeños


El mundo anda hace un par de días profundamente consternado. Cuán honda tristeza albergan nuestros corazones de indiferencia y estiércol. Algunos, incluso, hemos derramado —cómo no, en público; para que conste— nuestra cuota mensual de lagrimitas de cocodrilo. Ah, pobre Valeria; qué desazón ver su cuerpecito inerte a orillas del río Grande, como el de otro Aylan de muchos. No habrá de transcurrir mucho tiempo para que olvidemos a Valeria; somos, como cuerpo social desmembrado y hecho pedazos, unos más que excelentes maestros de la impostura. Y, entre la muerte —quizá, en honor a la verdad, sería más correcto hablar de asesinato— de Valeria y su olvido colectivo programado, no dejaremos ni por un sólo instante de hacerle de un modo u otro el juego a los criminales que a diario hacen de esta repugnante mota de polvo a la deriva en el espacio que parasitamos a destajo, una trampa letal para un ignominioso sinfín de Aylanes o Valerias. Yo me acuso.

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