Gracias mil por su asistencia
a nuestra convocatoria;
saberles ahí es una gloria.
Y pido, estimada audiencia,
por delante su indulgencia
para mi pobre oratoria
y arrogarme la licencia,
de narrarles una historia
quizás pelín mortuoria
esta vez en mi ponencia.
Ustedes quizás en la inopia,
mas no así uno de Valencia.
que entenderá la ocurrencia
y asumirá como propia.
Yo agradezco su paciencia.
Perdida ya la conciencia,
el bueno de Abraham
en su lecho agonizaba
rodeado de su clan;
los labios color azul cian,
la piel como el celofán.
La parca de mala baba
llamando está ya en su aldaba
y embridado en el zaguán
impaciente ya piafaba
el lóbrego y negro alazán
para llevarlo, vaya plan,
a la última morada
en la otra orilla del Jordán,
final de todo camino.
Por ser claros: que palmaba,
al pan pan y al vino vino.
Presintiendo la partida,
su pase a una mejor vida,
la inminencia de la losa,
y dando ya por perdida
su resistencia a la fosa,
sirvió con voz temblorosa
la ronda de despedidas:
“Sara, mi amante esposa,
-balbuceó con voz sentida-,
mi refugio, mi guarida,
la más bella de las rosas,
¿Estás, aunque estés dolida?”
Y ella con voz transida:
“¿Pues no había de estar, mi vida?;
Es que dices cada cosa…”
“¿Dónde está mi primogénito,
David, talento congénito
con la clientela morosa,
pa’ pelotear el débito
y esa cosa tan jugosa
de hacer crecer el rédito?”
Y él, poniéndose mérito,
“Aquí”. “Y con la nueva gozosa
que tras gestión laboriosa
nos renegocian el crédito”,
mintió una mentira piadosa.
“¿Estás también tú, Benjamín?,
-susurró llegando ya el fin-
por chiquitín el más querido,
el que sabe hasta latín.
No creo yo que hayas venido,
mi querubín, mi bandido,
sólo a reclamar tu chelín
y guardarlo en el calcetín
que bien sé que has escondido
debajo de aquel baldosín.”
“¡Padre… pues va a ser que sí”
Y con gesto compungido
compuso el niño un mohín
haciéndose el ofendido.
Se obró entonces el prodigio
que no se explica la ciencia;
perdida ya la paciencia,
temiéndose el desprestigio,
sintiéndose fuera de quicio,
dejó a un lao la prudencia,
se olvidó de sus dolencias,
y con el último vestigio
de vida y de consciencia
por preservarles la herencia
(¡¿qué sería aquello en su ausencia?!),
tras cincuenta años de oficio
fue su espíritu fenicio,
quien clamó con voz tronante
esta dura reprimenda:
“¡Ya he oído bastante!
¿Es que habéis perdido el juicio?
En Junio nos cae Hacienda,
la crisis no hay quien la entienda,
y aquí todos tan campantes
viendo cómo casca el menda.
Vale, palmo, pero antes
¿queréis decirme tunantes
¡¡A quién habéis dejao en la tienda!!?”
Texto e ilustración: Agustín Casado