ÉRASE una vez que se era, por supuesto en un lejano reino en todo punto imaginario, una pescadilla que, amén de estar continuamente mordiéndose la cola, gustaba, más que de cualquier otra cosa, de nadar en ríos revueltos. Con el tiempo nuestra pescadilla onanista creció tanto que, la muy merluza, según dejaron relatado los cronistas oficiales de la corte, en su más que arrogante prepotencia, siempre se negó a tomar aquellos infalibles comprimidos que le fuesen prescritos para mejorar su por todos conocida olvidadiza memoria.
La flor del tabaco
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*(Pues si mata… que mate)*
*A Manolo Rubiales –echando humo.*
*Ayer noche, al quedarme sin tabaco*
*–Estaban los estancos y colmados,*
*Los quioscos...
1 comentario:
:-O
Beso.
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