sábado, 7 de septiembre de 2019

2634



Año 2634.
Tras la gran extinción
causada por el cambio
climático y las guerras
que trajo aparejadas,
la humanidad, no más
de cinco mil personas,
habitaba en un área
en torno a la frontera
que antaño separase
Noruega de Finlandia.
Corrían los rumores
de que otro grupo humano
había sobrevivido al cataclismo
en torno al Monte Cook, Nueva Zelanda.
Pero cómo saberlo a ciencia cierta.
Sin comunicaciones,
aquello era lo único
que quedaba del mundo conocido.
A mediados del mes
de octubre comenzó
a escasear la caza.
Ello dio origen a un sinfín
de revueltas; el pueblo,
cansado de vivir en la miseria,
cuestionaba el gobierno
tiránico de Perro
Sánchez, un descendiente
de una estirpe de pedros
llegada desde el sur un siglo atrás,
huyendo de la quema.
Perro IV el Bandarra
—así era conocido—,
decidió, ante la crisis
que amenazaba su gobierno,
dar un golpe de efecto
para calmar los ánimos
del pueblo y reafirmarse
de nuevo en la poltrona.
Fue cuándo pronunció
la frase que ha quedado
grabada para siempre en los anales
de esta nueva prehistoria: "¡Pan y pisto!"
Creía recordar Pedro el Bandarra
haberla leído un día
ya lejano en un libro
de historia como el lema
en torno al cual los vándalos
forjaron un imperio
longevo y floreciente.
Y puso a todo Cristo
a plantar berenjenas,
ajos, calabacines,
trigo, pimientos verdes,
tomates y cebollas.
Fue un fracaso; aquel clima
resultaba muy frío
para el olivo y no hubo
nadie que soportase
el pisto con aceite de ballena
—especie resurgida
con la caída del hombre—.
La hambruna consiguiente
acarreó tras de sí la última guerra.
Escribo esto en el año
4 después del Éxodo
tras haber divisado
el Monte Cook por vez primera.
Sin señales de vida
humana, de momento.

1 comentario:

Carlos dijo...

Lo de Perro Sánchez ha quedado cachondo, pero no hablas del lobo Iglesias