Se decían entre sí que eran de los pocos “trianeros auténticos” que allí seguían todavía. Y compartían nostalgias comunes de un pasado ya desaparecido: Los fuertes lazos de vecindad de aquellos corrales de vecinos donde celebraron en común bautizos, comuniones y bodas; las salidas de la “hermandad”; las romerías al Rocío; las “Velás y sus cucañas”; Ver crecer, subir y bajar hasta morir a toreros, tonadilleras y cantaores gitanos famosos.
Pero el encanto mágico de sus recuerdos compartidos se quebraba bruscamente, como una linda porcelana, cuando miraban a su alrededor. Se sentían náufragos en el océano de la Triana contemporánea: ¡Qué seres tan anónimos les resultaban los nuevos personajes que habían desembarcado en el barrio¡
Y es que, atraídos por el ambiente vivo y típico de sus calles, éstas se habían llenado de estudiantes y turistas alquilados; de apartamentos y pisos de lujo para nuevos ricos que hacían su vida puertas adentro; de asalariados de cadenas franquicias y supermercados que vivían lejos; de las inmensas progenies de las innumerables tiendas chinas a buen precio que sólo hablaban con los de su raza; o de atildados dueños de establecimientos gourmet, que vendían carísimas y diminutas exquisiteces a precio de lingote de oro y paseaban con la compañía exclusiva de sus perros de pedigrí.
© Carlos Parejo Delgado
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