AQUEL era un pueblo luminoso, sin farolas. Sus moradores se reunían cada noche a las puertas de las casas, con familiares, amigos y vecinos, y, uncidos por la luz de las estrellas, reían y charlaban cordialmente hasta que iban siendo vencidos por el cansancio. Se respiraba amor y calma. Pero llegó el progreso. Hoy, en aquel pueblo, nadie recuerda ya ese trémulo titilar de lejanas luciérnagas endulzando la oscuridad infinita del firmamento. Ni ha llegado aún a contemplar el pegajoso y macilento fulgor de sus farolas de diseño, ya algo pasadas de moda como consecuencia del trepidante y abrupto fluir del tiempo. Hoy, cada día, tras caer el ocaso, los moradores de aquel pueblo, parapetados tras las puertas de sus casas y ajenos por completo a sus convecinos, siempre están, muy callados y serios, ocupados en conocer los cotilleos con guión de una muy baja sociedad sin interés, lejana y aburrida. En aquel pueblo, hoy, cada noche, las alimañas se adueñan hasta del último de los rincones de sus lúgubres calles.
La flor del tabaco
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*(Pues si mata… que mate)*
*A Manolo Rubiales –echando humo.*
*Ayer noche, al quedarme sin tabaco*
*–Estaban los estancos y colmados,*
*Los quioscos...
1 comentario:
Te dejo un abrazo. Imagina que es una puerta abierta en esa calle, donde solo tienen acceso los amigos "raros" como nosostros.
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