AQUEL era un pueblo luminoso, sin farolas. Sus moradores se reunían cada noche a las puertas de las casas, con familiares, amigos y vecinos, y, uncidos por la luz de las estrellas, reían y charlaban cordialmente hasta que iban siendo vencidos por el cansancio. Se respiraba amor y calma. Pero llegó el progreso. Hoy, en aquel pueblo, nadie recuerda ya ese trémulo titilar de lejanas luciérnagas endulzando la oscuridad infinita del firmamento. Ni ha llegado aún a contemplar el pegajoso y macilento fulgor de sus farolas de diseño, ya algo pasadas de moda como consecuencia del trepidante y abrupto fluir del tiempo. Hoy, cada día, tras caer el ocaso, los moradores de aquel pueblo, parapetados tras las puertas de sus casas y ajenos por completo a sus convecinos, siempre están, muy callados y serios, ocupados en conocer los cotilleos con guión de una muy baja sociedad sin interés, lejana y aburrida. En aquel pueblo, hoy, cada noche, las alimañas se adueñan hasta del último de los rincones de sus lúgubres calles.
Te dejo un abrazo. Imagina que es una puerta abierta en esa calle, donde solo tienen acceso los amigos "raros" como nosostros.
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