La Feria de Abril de Sevilla, capital del paro y la miseria andaluza, se mantiene embalsamada merced a familias que nadan en la abundancia y mantienen su aparente belleza y tipismo. Son las que te observan desde arriba en el palco de la Plaza de Toros y desde su coche de enjaezados caballos con lacayos decimonónicos cuando pasean por el Real. Son las que ves desde afuera en su caseta particular –tan amplia y despejada- de coquetas cortinas de terciopelo con encajes y multitud de espejos.
Para el resto de los mortales, hay otro mensaje: “Ven con nosotros a la Feria” nos dicen los vinos finos, las cervezas y los jamones serranos desde los publivías y carrocerías de metros y autobuses. Hartarse de beber y comer ¿Eso es todo lo que me ofrecéis? A la par, las bicicletas de alquiler se visten de farolillos, como los veladores de los bares, pero no contagian ángel alguno.
Y es que Sevilla ha dejado de ser una capital de provincias atada a sus tradiciones seculares, a mitad de camino entre la urbe y el campo. Los árboles, las flores, los caballos y las toríadas, y tantos otros motivos que inspiraron los cantes y bailes por sevillanas, son sólo un recuerdo. Las letras de las coplas por sevillanas ya no tienen nada nuevo que decir que no sea tópico ni vulgar desde hace varias décadas. La Feria, como un nuevo parque temático de primavera, es objeto de rutas y visitas guiadas para turistas. ¡A ver quién entiende cómo sobrevive a tanto tópico y tanta decadencia¡
(¢) Carlos Parejo Delgado
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