Imposible dormir esta noche en La Habana.
El bochorno, mezclado
a un recuerdo tiznado de ilusorios matices,
se clava como astilla hasta la médula
provocando la náusea y vetando el placebo de los sueños.
Bajo hasta el malecón
y vomito un poema que versa de traiciones a mí mismo,
ensuciando el murmullo del Atlántico
con sus endecasílabos ungidos de hastío y taquicardia.
Mi voz se ahoga en la sal
de la brisa; rebusco en mis bolsillos
un pedazo metálico de amor
propio que abra las venas de la melancolía
antes de que la aurora me acoja en su regazo
aplacando mis ansias de inmolación piadosa
a las puertas de un cielo oscuro y frío,
cementerio de estrellas y de héroes legendarios a caballo.
De súbito se impone,
al rumor de las olas,
el cántico de un gallo. La Habana es diferente.
La flor del tabaco
-
*(Pues si mata… que mate)*
*A Manolo Rubiales –echando humo.*
*Ayer noche, al quedarme sin tabaco*
*–Estaban los estancos y colmados,*
*Los quioscos...
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