Capítulo 2. Paris durante la revolución francesa (Año 1791)
Salgo a la calle. La bandera negra ondea en lo alto de la catedral de Notre Dame, cerrada a cal y canto. Las paredes están llenas de grafitis y carteles: “Igualdad, Libertad y Fraternidad…o muerte”, “Mueran los tiranos”,… y la bandera tricolor está izada en casi todos los balcones. Las guardias vigilan las casas nobles y las embajadas extranjeras que han sido abandonadas y cerradas, además de los bancos nacionalizados…
Hoy no saldré a pasear a caballo por el bosque de Bolonia. Todas las puertas están férreamente vigiladas por grupos de patriotas que consultan listas larguísimas, con más de cien mil contra revolucionarios, cuyos nombres cambian diariamente con nuevos decretos y delaciones. ¿Y quién sabe si no estoy ya en una de ellas?
Así que compro el periódico jacobino de la mañana y debo calcular mentalmente en qué día vivo. Y es que el calendario cristiano ha sido sustituido por el de “Brumario”. Encuentro a una amiga y no se me ocurre besarle la mano, sino que la saludo “a lo víctima”, con el gesto enérgico de la cabeza que se desprende de la guillotina, y con una escueta frase: “Qué tal, ciudadana”.
En los veladores de la plaza la gente canta el himno a la libertad, mientras ve pasar las patrullas de soldados y patriotas, con armas de todas clases, conduciendo nuevos presos a las cárceles. Un improvisado orador se sube a una farola y da un discurso sobre los crímenes del rey y la familia real, asunto de viva actualidad. Otros, menos solemnes, eligen a la más bella mujer del barrio como Diosa de la Libertad, y la sacan de procesión. A las tres de la tarde contemplo las ejecuciones públicas del día. Los niños las disfrutan, así como a sus nuevas baratijas. Colgantes en los pechos en forma de guillotinas sustituyendo a las cruces cristianas.
¡Cómo ha cambiado mi indumentaria¡ Ahora visto al estilo de los “sans-culottes” o “sin calzones”. Los pantalones anchos y largos hasta los tobillos, igual que los de los marineros. No me atrevería a ponerme pantalones ceñidos hasta por debajo de las rodillas y medias de seda, pues sería considerado un noble reaccionario. Predominan los colores de la bandera francesa y nadie osa uniformarse de color verde, el de los realistas.
Mi aspecto es informal. Luzco aretes en las orejas y cabellos enmarañados, que cubro si hace frío con el gorro frigio en forma de pico, de color rojo o con la escarapela tricolor.
Las mujeres han resucitado la moda de la antigua Roma, considerada la “Edad Dorada de la libertad”. Causan furor las pelucas de colores; los escotes vertiginosos; las túnicas de transparente muselina y sin mangas, con un tajo lateral que permite lucir los muslos; las sandalias cuyas tiras suben hasta las rodillas, las esclavas en los tobillos y los anillos en todos los dedos de los pies. Marcan tendencia los disfraces femeninos que asemejan diosas paganas como Diana o figuras salvajes y nada convencionales como zíngaras o gitanas, amazonas y mujeres piratas.
(¢) Carlos Parejo Delgado
La flor del tabaco
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*(Pues si mata… que mate)*
*A Manolo Rubiales –echando humo.*
*Ayer noche, al quedarme sin tabaco*
*–Estaban los estancos y colmados,*
*Los quioscos...
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