lunes, 18 de marzo de 2013

El túnel del tiempo de la comunicaciones (8): Ha llegado la televisión (año 1963 DC). (Carlos Parejo)


Todos los hijos hemos abandonado la vieja casona familiar para irnos a vivir a un bloque de pisos dispuestos verticalmente en la periferia urbana. Conforme prosperan estas ciudades y se convierten en algo cada vez más grande, sólo se saluda frecuentemente en el bloque de pisos o la calle propia, eventualmente en el barrio, y casi nunca fuera de él. Aparte de los vecinos de la misma planta, al resto de inquilinos sólo se les ve en el ascensor o se habla con ellos a través del portero automático.

En uno de esos anónimos bloques de pisos vivo yo, Ernesto Fidel. Soy miembro liberado del partido. Tengo una máquina de escribir y una fotocopiadora “vietnamita”. Con ellas fabrico y multicopio los panfletos de la revolución obrera en ciernes. Luego los reparto donde me dicta la célula. Para pasar desapercibido vivo con mi perro Bakunin. Por cierto, aquí los perros proliferan como mascotas o animales de compañía. Su proporción se acrecienta con el anonimato y la soledad urbana.

Los automóviles, ya aparcados o en tránsito, como mi pequeño utilitario Seat 600, ocupan ahora la mayor superficie de la calle que tengo ante mis ojos. El orden del tráfico, antes de los semáforos, lo comunicaba el “guardia” municipal, que era también de la célula revolucionaria. Lo veía siempre –ya lloviera a cántaros o hiciese un sol de justicia-, instalado bajo una sombrilla. Sirviéndose de su “silbato” y sus “juegos de “manos dirigía sobradamente la circulación.

Las tertulias en los bares de esquina empiezan a escasear, y se vuelven breves palabras de saludo y despedida. Si quiero encontrar a algún camarada, lo veré leyendo el periódico deportivo, o, si son mujeres, hojeando la prensa rosa. Las Peñas, Casinos y Círculos van quedando para los mayores. Las boites, discotecas y pubs son el nuevo lugar de reunión de los jóvenes. Allí se bebe, se baila y se liga mucho, aunque se hable poco.

Ya no se reciben tantas cartas como antes. Ha sucedido desde que el teléfono es barato y automático, y no hay que esperar que la operadora te ponga la carísima y lenta conferencia. También van desapareciendo esos personajes entrañables que te vigilaban el piso, van siendo sustituidos por otros porteros, pero automáticos.

La radio se oye, sobre todo, en el cuarto de los abuelos. Allí se sueña con escenas de radionovelas que se prolongan durante meses. La televisión la ha desplazado, sin embargo, de la sala de estar. Ante ella, todo te lo dan hecho. No hay tiempo de pensar ni imaginar. La actualidad diaria del mundo queda comprimida en breves noticias que abarcan no más de 30 minutos. Las miradas de los camaradas que compartimos este piso clandestino sólo coinciden cuando está enfocada en el aparato de televisión. Se está volviendo el aglutinante y pegamento de nuestras relaciones personales.

(¢) Carlos Parejo Delgado

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