domingo, 11 de marzo de 2018

Cojera


No poder apartar un sólo instante
la mirada, los ojos
enrojecidos y húmedos,
de la vertiginosa, desbocada,
la imparable carrera del reloj,
para darnos la vuelta, ahora que empiezan
a intuirse las sombras del crepúsculo,
y, unos pasos atrás, sobre las huellas
cojas del minutero y de las horas,
aspirar la fragancia de la flor
de un día que, en su otoño vespertino,
empieza a ver tintados
sus pétalos celestes de amarillo.
Detrás de mí, la noche es un alud,
una avalancha de óxido
en polvo del color
de la sangre sin vida, un laberinto,
sentencia inapelable de las leyes
de la termodinámica.

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