Todos, hasta los más sabios y prudentes, podemos llegar y, de hecho, llegamos con más o menos frecuencia a formarnos conclusiones erróneas. Pero esto, si tratamos de actuar con rigor de pensamiento, contrastamos informaciones de diversas fuentes y no nos permitimos demasiados prejuicios en nuestros análisis, no ocurrirá muy a menudo. Yo, sin ser sabio ni prudente, procuro, es cierto que sin lograrlo siempre, que mis análisis se asienten sobre las citadas premisas. Y, en muchas ocasiones, las conclusiones a las que llego no son en absoluto de mi agrado. Entonces, desde los más lúgubres rincones de mi fe, siempre y por fortuna tan frágil, me digo: "¡Ojalá (*) me haya equivocado!" A lo que la luz de la razón me responde: "Nunca te aferres a esperanzas nacidas de la fe, y asume con arrestos que, por ejemplo, dios (**) no existe. Si después sonase la flauta, mejor que mejor. Pero, entretanto, ajo y agua."
(*) Ojalá: Del ár. hisp. law šá lláh 'si Dios quiere'. 1. interj. Denota vivo deseo de que suceda algo. (DRAE)
(**) Palabra que, por razones obvias, suelo escribir con minúscula a conciencia.
2 comentarios:
No todas las esperanzas son banas y la fe se puede convertir en propósito (mover montañas). Equivocados o no, podemos discutir la existencia suprema, también podemos tergiversar las palabras (a menudo las doctrinas equivalen a esa tergiversación), pero aún no podemos afirmarlo o desmentirlo categóricamente. Tal vez, algún día, lleguemos a comprender que la "idea divina" tiene diez partes de verdad, diez partes de mentira y un ochenta por ciento de ciencia.
Del tema de Dios le he telefoneado a mi padre, por si estuviera en el Cielo, y me da comunicando....
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