La gran diferencia entre un poeta -digo uno verdadero- y políticos, mercachifles y tahúres, no está en su modo de ver las cosas, ni en su utopía frente al pragmatismo, ni en su creatividad frente a la avaricia devastadora de los otros. La gran diferencia está en que, aun equivocándose a menudo, el poeta es sincero. Y ahí reside su fuerza, ahí reside la única fuerza que puede cambiar el mundo. El íntimo y el público. La paz -que sólo puede darse sin la mentira- y la palabra, un arma cargada de futuro.