lunes, 28 de agosto de 2017

Historias de la calle Alfarería —Barrio de Triana (12). Impresiones veraniegas de una familia cántabra. (Carlos Parejo)


Mientras amanecía, Juanchu veía trabajar a la limpiadora de la casa antigua-apartamento alquilado “de remangillé”, aseando el patio. Se llamaba “Carmencita” y apenas sudaba pese a su gordura, pues era tan lenta como suave con cada palada de fregona que daba. Parecía como si estuviera bajando un río peligroso, y más que frotar, la fregona acariciaba las baldosas del patio y las empapaba abundantemente con agua rebosante de lejía. Su artificial y fragante olor a pino silvestre le penetraba violentamente por las pituitarias, pese a encontrarse a una decena de metros de distancia. Para maría, el hecho de remover cada maceta de plantas de gran tamaño parecía como una complicada jugada de jaque mate a la dama o reina del ajedrez. Estudiaba su posición inicial, la movía, limpiaba el espacio que ocupaba y buscaba otra posición más idónea para que la maceta estuviera luego a la sombra, cosa que no conseguía hasta el tercer o cuarto intento. Con las macetas pequeñas, como si fueran los peones del arábigo juego, el dilema era que presentaran la formación de ataque más bella y envidiable para deleitar sus ojos y los de la familia veraneante cuando pasaran por allí.

Al cabo de dos horas largas terminó con la planta baja y preguntó para arreglar los dormitorios. Para entonces todos ya estaban duchados y pulcramente vestidos, dispuestos para un suculento desayuno en el puesto de “churros” de la esquina inmediata. Se lo había recomendado María, pues lo regentaba Antonio, su padre. Era igualmente obeso, y vestía, al modo rociero, una inmaculada camisa blanca y un pantalón a rayas grises y negras. Su pequeño local estaba presidido por el mosaico de un doliente San Francisco Javier, que le consolaba las penas de su humilde destino laboral. Les pareció igualmente sorprendente el rigor de la lentitud de Antonio. Daba vueltas a la masa de los buñuelos, mientras se freían en el aceite hirviendo, con la ayuda de unos largos y finos palitroques. Estos parecían deslizarse sutiles y precisos, como los pies de una bailarina. A Juanchu se le puso de manifiesto la herencia por cuestiones genéticas y de costumbres de las formas de trabajar de María, tan parsimoniosas, detallistas y escrupulosas como las de su padre Antonio.

(¢) Carlos Parejo Delgado

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