(mi única, postrer e imperecedera
razón para hacer huelga)
Postrado de rodillas y con lágrimas
amargas de fracaso y desespero,
le dije estar cansado de batallas,
seguro ya de estar luchando en vano
pues no doblegaríamos jamás
a la horda criminal de los injustos.
Me dijo “¡no te rindas!, compañero;
da igual que hayas perdido la esperanza
si aún queda en tus adentros dignidad
que es lo último que se ha de
preservar
como única virtud imprescindible
para poder seguir luchando”. Y codo
con codo, unidos, fuimos al encuentro
de una derrota más, único modo
que hay de no renunciar a la victoria.
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