Ebrio en aquel bar de copas,
tras no sé cuántos tequilas,
a una hermosa camarera
pregunté por la salida.
“¿La salida? -dijo, impúdica-;
aquí me tienes, mi vida,
desde que llegaste ansío
que prendas fuego a mi pira".
Lo confieso, me turbaron
sus palabras encendidas,
y ella, viéndome perplejo,
se arrogó la iniciativa:
tras sacarse el delantal,
se tomó, muy decidida,
de mi brazo y me condujo
a un motel, de amanecida.
Cuando desperté, ya tarde,
con la cabeza perdida,
no alcanzaba a recordar
nada de aquella partida.
La llamé -¡VIDA!- con ansias
de desvelar el enigma,
pero se me había marchado
discreta, mientras dormía.
Jactancioso pensé, entonces,
“debí dejarla rendida”,
mas me sacó de mi error
una nota en la mesilla:
“Te aconsejo, corazón,
que abandones la bebida,
con la pólvora mojada
no ha prendido tu cerilla.”
“¿La salida? -dijo, impúdica-;
aquí me tienes, mi vida,
desde que llegaste ansío
que prendas fuego a mi pira".
Lo confieso, me turbaron
sus palabras encendidas,
y ella, viéndome perplejo,
se arrogó la iniciativa:
tras sacarse el delantal,
se tomó, muy decidida,
de mi brazo y me condujo
a un motel, de amanecida.
Cuando desperté, ya tarde,
con la cabeza perdida,
no alcanzaba a recordar
nada de aquella partida.
La llamé -¡VIDA!- con ansias
de desvelar el enigma,
pero se me había marchado
discreta, mientras dormía.
Jactancioso pensé, entonces,
“debí dejarla rendida”,
mas me sacó de mi error
una nota en la mesilla:
“Te aconsejo, corazón,
que abandones la bebida,
con la pólvora mojada
no ha prendido tu cerilla.”
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