Se mira en la distancia y no distingue
el bien del mal ni el rostro del que fue,
ungido por las babas de la niebla.
Si supiese volar iría a su lado
y, misericordioso,
cerrándose los párpados,
daría descanso a sus pupilas ciegas,
después de despedirse por la malas
del resplandor apócrifo que, errático,
corroe sin dar tregua su memoria.
Fotografía: Alexander Kharlamov
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