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De nuevo, un año más, por estas fechas
nos vemos obligados –el sistema–
a traer a la memoria el nacimiento
de un presunto arquitecto –un salvador–
de horizontes sin mácula,
que fracasó en su empresa.
Qué estupidez. Como si no naciesen
muriéndose y muriesen cada día
cuántos intrascendentes fracasados.
Más tarde, el cambio de año;
brindar por los ausentes. O no hacerlo
tratando de olvidar –ese imposible.
Tan sólo un día más, ni más ni menos,
para que nada cambie.
Nada que celebrar: se pasa el tiempo.
Pero estallan de júbilo los tristes
al son de un artificio pirotécnico
que, efímero, se funde al cielo huero.
Qué largas estas fiestas.
1 comentario:
Los jóvenes, henchidos de esperanza o fieles seguidores de la alegría oficial, se emborrachan e intentan divertirse. Los maduritos se tornan melancólicos y los mayores incluso lloran
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