Aquella noche lo perdieron todo. El fuego, insaciable, engulló montes, huertos, casas, ganado… A algunos les arrebató la vida. Como medida ejemplarizante, fue encarcelado el tonto del pueblo, que, en su candidez, no supo fraguar coartada. Nadie pensó, siquiera un instante, en la posibilidad de su inocencia; en que, en justicia, merecía la oportunidad de poder defenderse, de ser defendido. Estaban muy ocupados barriendo cenizas.
Después, en compensación, el gobierno les construyó una carretera y un hotel de cinco estrellas; para hacer más agradable la estancia y permitir un mejor acceso de autoridades y turistas, ávidos por contemplar, morbosos, el “día después” de la catástrofe.
Sí, era una gran carretera; ideal también para facilitar la llegada de las máquinas urbanizadoras , pero, sobre todo, para potenciar el éxodo.
Progreso. Sólo progreso.
Uno de octubre de 2005
2 comentarios:
¿Hasta que punto se podría decir que no fue provocado?.¡Pobre tonto!.Siempre o casi siempre empiezan así los éxodos.
Un beso.
Esa es la idea, Malena, precisamente esa.
Un beso.
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