A mi amigo Pepe Núñez que, indirectamente, ha inspirado este relato.
Beatriz no creía en dios.
Y llegó el juicio final. Y como durante toda su vida había procurado hacer el bien, sólo pudo ser acusada de ateismo, el mayor delito que podía ser cometido según el código que inspiraba las decisiones del alto tribunal celestial.
Cuando entró en aquella sala suprema y observó los rostros inquisitoriales de los miembros del tribunal, intuyó que estaba condenada de antemano.
- No debería la acusada pensar eso. Esta corte es ante todo justa y no sentencia a nadie que no lo merezca -dijo dios, con voz grave y majestuosa-. Bien… Puede proceder cuando quiera a exponer las circunstancias atenuantes o eximentes que considere haya a lugar.
- Señor, al parecer, he estado equivocada toda mi vida, ya que en esta eternidad inesperadamente sobrevenida me comienzan a resultar evidentes tu existencia, tu omnisciencia… Pero, al margen de esta cuestión, no logro entender que hago aquí. Por que si, como parece, todo lo ves, habrás podido comprobar que siempre procuré hacer el bien, que siempre…
- ¡Eso no basta! -interrumpió dios airadamente-, para salvarse es preciso haber tenido fe, y esos argumentos que expone es imposible que, sin esa condición previa, sean considerados por esta sala.
La mirada de Beatriz se clavó penetrante en el ojo de dios y, con un rictus mezcla de compasión y desprecio en su rostro, prosiguió su discurso con firmeza pero a la vez con dulzura.
- ¿Cómo puedes acusarme de no haber tenido fe? Comienzo a pensar que en realidad tienes más de necio y de cínico que de sabio. O ¿es qué pretendes obviar que siempre tuve fe en el Hombre y en todo el resto de tu supuesta creación, y que permanentemente traté de salvarlos? En cambio tú, ¿qué has hecho, tú? ¿Dónde has estado durante tantos siglos en los que no ha habido la mínima constancia de tu presencia en la Tierra? Si alguien puede ser acusado de no haber tenido fe, ese eres tú. Perdiste la fe en el Hombre, tu Hijo, y lo abandonaste a su mala fortuna para siempre. ¿Qué sentencia piensas que merecería recibir tan cruel irresponsabilidad? ¿Qué castigo?
Ante la contundencia de aquel alegato, dios evidenció claros síntomas de desconcierto, debilidad y duda. Ángeles y arcángeles murmuraban perplejos ante el convencimiento, no de que dios había abandonado al Hombre -el libre albedrío, pensaron-, sino de que por primera vez en toda la eternidad había sido cuestionado y desafiado sin haberlo previsto.
Dios, entonces, llegó a la conclusión de que la única táctica posible ante aquella inesperada ofensiva, era tratar de eliminar con urgencia el germen de rebelión que podía acabar surgiendo de aquel casi imperceptible conato de cuestionamiento de su poder y su sabiduría. Para ello era preciso acabar de raíz con aquel debate, algo a lo que, sin duda, no contribuiría la elevación de Beatriz a la categoría de mártir.
- ¡Está bien! –dijo, mientras golpeaba violentamente la mesa con sus blancos y enormes puños cerrados- Aunque no me terminan de convencer las razones expuestas, y sin que mi decisión tenga por ello que sentar celestial jurisprudencia, voy a, siendo como siempre benévolo, dictar la absolución de la acusada.
- ¡No, señor! -gritó Beatriz desgarradamente- Con mi alegato no he pretendido obtener el perdón, ya que en ningún momento me sentí culpable ¡No!, para poder salvarme yo, es preciso que antes se salve el Hombre, y eso requiere previamente que tu irresponsabilidad sea estrictamente juzgada y sancionada. El único modo de hacer justicia por tu falta de fe, que ha desatado los horrores de la permanente furia de los cuatro jinetes del Apocalipsis, es tu sentencia a muerte e inmediata ejecución. Ésta es la condición indispensable para que el Hombre, ya huérfano para siempre, pueda recuperar la verdadera fe, la fe salvadora, la fe en sí mismo.
Una eternidad después, a Beatriz el infierno no le parece tan mal. Al fin y al cabo, durante los treinta y tres años de su vida terrenal conoció una multitud de peores avernos. Además, aun conserva su fe. Una fe reforzada en la esperanza de que la chispa que prendió en aquella corte suprema terminará algún día por extender la Rebelión que derrocará para siempre esta patriarcal e inclemente Dictadura eterna.
Noviembre de 2004
Beatriz no creía en dios.
Y llegó el juicio final. Y como durante toda su vida había procurado hacer el bien, sólo pudo ser acusada de ateismo, el mayor delito que podía ser cometido según el código que inspiraba las decisiones del alto tribunal celestial.
Cuando entró en aquella sala suprema y observó los rostros inquisitoriales de los miembros del tribunal, intuyó que estaba condenada de antemano.
- No debería la acusada pensar eso. Esta corte es ante todo justa y no sentencia a nadie que no lo merezca -dijo dios, con voz grave y majestuosa-. Bien… Puede proceder cuando quiera a exponer las circunstancias atenuantes o eximentes que considere haya a lugar.
- Señor, al parecer, he estado equivocada toda mi vida, ya que en esta eternidad inesperadamente sobrevenida me comienzan a resultar evidentes tu existencia, tu omnisciencia… Pero, al margen de esta cuestión, no logro entender que hago aquí. Por que si, como parece, todo lo ves, habrás podido comprobar que siempre procuré hacer el bien, que siempre…
- ¡Eso no basta! -interrumpió dios airadamente-, para salvarse es preciso haber tenido fe, y esos argumentos que expone es imposible que, sin esa condición previa, sean considerados por esta sala.
La mirada de Beatriz se clavó penetrante en el ojo de dios y, con un rictus mezcla de compasión y desprecio en su rostro, prosiguió su discurso con firmeza pero a la vez con dulzura.
- ¿Cómo puedes acusarme de no haber tenido fe? Comienzo a pensar que en realidad tienes más de necio y de cínico que de sabio. O ¿es qué pretendes obviar que siempre tuve fe en el Hombre y en todo el resto de tu supuesta creación, y que permanentemente traté de salvarlos? En cambio tú, ¿qué has hecho, tú? ¿Dónde has estado durante tantos siglos en los que no ha habido la mínima constancia de tu presencia en la Tierra? Si alguien puede ser acusado de no haber tenido fe, ese eres tú. Perdiste la fe en el Hombre, tu Hijo, y lo abandonaste a su mala fortuna para siempre. ¿Qué sentencia piensas que merecería recibir tan cruel irresponsabilidad? ¿Qué castigo?
Ante la contundencia de aquel alegato, dios evidenció claros síntomas de desconcierto, debilidad y duda. Ángeles y arcángeles murmuraban perplejos ante el convencimiento, no de que dios había abandonado al Hombre -el libre albedrío, pensaron-, sino de que por primera vez en toda la eternidad había sido cuestionado y desafiado sin haberlo previsto.
Dios, entonces, llegó a la conclusión de que la única táctica posible ante aquella inesperada ofensiva, era tratar de eliminar con urgencia el germen de rebelión que podía acabar surgiendo de aquel casi imperceptible conato de cuestionamiento de su poder y su sabiduría. Para ello era preciso acabar de raíz con aquel debate, algo a lo que, sin duda, no contribuiría la elevación de Beatriz a la categoría de mártir.
- ¡Está bien! –dijo, mientras golpeaba violentamente la mesa con sus blancos y enormes puños cerrados- Aunque no me terminan de convencer las razones expuestas, y sin que mi decisión tenga por ello que sentar celestial jurisprudencia, voy a, siendo como siempre benévolo, dictar la absolución de la acusada.
- ¡No, señor! -gritó Beatriz desgarradamente- Con mi alegato no he pretendido obtener el perdón, ya que en ningún momento me sentí culpable ¡No!, para poder salvarme yo, es preciso que antes se salve el Hombre, y eso requiere previamente que tu irresponsabilidad sea estrictamente juzgada y sancionada. El único modo de hacer justicia por tu falta de fe, que ha desatado los horrores de la permanente furia de los cuatro jinetes del Apocalipsis, es tu sentencia a muerte e inmediata ejecución. Ésta es la condición indispensable para que el Hombre, ya huérfano para siempre, pueda recuperar la verdadera fe, la fe salvadora, la fe en sí mismo.
Una eternidad después, a Beatriz el infierno no le parece tan mal. Al fin y al cabo, durante los treinta y tres años de su vida terrenal conoció una multitud de peores avernos. Además, aun conserva su fe. Una fe reforzada en la esperanza de que la chispa que prendió en aquella corte suprema terminará algún día por extender la Rebelión que derrocará para siempre esta patriarcal e inclemente Dictadura eterna.
Noviembre de 2004
6 comentarios:
Rafa, ando liado para la lectura (eso de las vacaciones es una falacia, si nadie hace tu trabajo en tu ausencia, vacaciones, lo que se dice vacaciones, nunca hay), pero me quedó pendiente ver los videos de canastas ¿me pasas el link?: escritorenciernes@hotmail.com
Rafa, ¡touché!
no me planteo ciertas cosas porque quiero creer en Dios, pero mi fe no tendría ningún sentido si no creyera en el Hombre. Pero claro, cuando te das cuenta de que Bush -y muchos otros 'Bushes'- también son hombres prefiero creer en los Caballos.
Un beso.
¡HOSTIAS RAFA! Qué guapo te quedó. Guapo reguapo, Sí Señor ... celestial.
Besos elevados PAQUITA
al final la chica tenía más fe de la que pensaba. Porque si a mi me pasara lo primero que pensaría es ¿dónde está el truco?. De todos modos me cuela más una respuesta de Dios del tipo: amiga, os estuvieron engañando, yo, ni soy justo, ni magnanimo, ni nada pareceido, como todos lo líderes que he creado a mi imagen y semejanza soy caprichoso, rencoroso y tirano, con ciertos toques de generosidad estudiadas (vease la Biblia o la Lista de Schidler para entender lo de toques de generosidad estudiada).A lo que Hitler, con un sorprendente parecido físico a su creador, asintio con una mueca de sabiendo gafotas acusica que te cagas. (algo chorra tenía que decir, me estaba quedando muy serio)
Blasfemo, más que blasfemo.
Efectivamente, Dios es un joíopolculo dictador, vengativo, tenebroso, temible y, sobre todo, imperfecto sujeto. Y sé que es imperfecto porque yo lo soy, y tú, y tú, y tú, y el santo padre Benedicto y la madre que lo parió. (porque a los pontífices no los paren las virgenes). Soy terriblemente imperfecto a la imagen y semejanza del que me creó.
Tocinillo de cielo y licor de almendras amargas.
Bueno, maría, no estoy yo seguro de que éstos que dices sean hombres en el sentido de seres humanos, en toda la hermosura de tan devaluado término.
Gracias, Paquita.
Larrey, es que creo que muchos de éstos que se piensan dioses (como los que mencionas), para colmo de males creen estar haciendo el bien y que han sido llamados a salvar a la Tierra desde un poder o fuerza superior. Si no, ahí tienes al mismo Bush, con su esquizofrenia religiosa.
Kai, qué sepas que tú también serás excomulgado, jajajajajaja.
Y sí, fe en el ser humano, pero sobre todo en la mujer, en esa Beatriz, la fe, que con su fe, fue la única que pudo acompañar a Dante, el hombre, -algo que no puedo hacer la razón encarnada por Virgilio- en su viaje por el paraíso tras haber visitado los infiernos y pasado por el purgatorio. Eso sí, en mi recreación, fe pagana, fe en el ser humano como único dueño y señor de su destino. Jo, qué rollazo acabo de largar.
Abrazos
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