La vida íntima está férreamente separada de la vida pública que, para las mujeres, casi no existe. Mi ama, la favorita del rey, se acicala en la azotea mientras me manda observar el vuelo de los pájaros en la amanecida. Quiere conocer si el día será neutro, de buen o mal agüero. Y compara mis predicciones con las de su astrólogo personal, que le ha sacado las tripas a una gallina negra. Zahara, luego, ha permanecido bordando, reclinada en su diván que está lindante al patio interior. Sus oídos han asistido a un concierto celestial. Gorriones y tórtolas lo iniciaron. Se le unieron más tarde el francolín y el mirlo y, cuando todo era un eco ensordecedor, el fabuloso solista que es el ruiseñor. Se oían los ecos de los niños en las escuelas. Musulmanes, judíos y cristianos aprendiendo sus primeras letras en las escuelas coránicas, rabínicas y parroquiales. Recitan y escriben cientos de veces, hasta aprendérselos memoria, sus libros sagrados.
El libro es, por cierto, un artículo de lujo. Sólo un pequeño grupo de grandes personajes tienen bibliotecas con algunos cientos de ejemplares. Algunos libros sabios y raros se traen a precio de oro desde la remota Arabia o la lejana Grecia, y se traducen aquí. Después cada ejemplar nuevo es fabricado lenta y trabajosamente por manos exquisitas y expertas: curtidores para sus tapas, orfebres y plateros para sus incrustaciones, iluministas para las miniaturas pintadas, escribanos para sus letras,…
Al mediodía he acompañado a mi ama que ha salido de incognito para visitar mercados y plazas. Su cabeza va envuelta en un velo y vestida sencillamente como una esclava. Los zocos están abarrotados de gente. Allí se clavan los bandos municipales y los pregoneros recitan todo lo que hay que saber sobre lo que acontece en la ciudad. Además, los caravaneros, juglares, cuentacuentos y peregrinos, nos dan “nuevas” de lo que acaece en territorios distantes. Sanadores y milagreros nos ofrecen los prodigios de su medicina alternativa, basada frecuentemente en hechizos y supersticiones que la ciencia ignora.
Orientarse en Córduba no es tan difícil. Las piedras se han trabajado para saber dónde estamos: Los versículos del Corán adornan las fachadas de las casas del barrio musulmán, donde los almúedanos llaman puntualmente a la oración seis veces al día, desde los altos alminares de sus mezquitas de tejados verdes. Un humilladero con una soberbia cruz da entrada al barrio cristiano. Los altares callejeros de Santos, Cristos y vírgenes identifican sus calles. Y cuando llegamos a las cancelas que se cierran cada noche, y las calles se estrechan y tornan laberintos, nos encontramos con la judería. Allí se pintan las fachadas con candelabros de múltiples brazos y estrellas de David.
Cae la noche, se cierran las puertas de las murallas, las rondas de la guardia urbana pasean las calles solitarias y oscuras. El suave repiqueteo del agua en la fuente del patio nos va adormeciendo los sentidos. Las doncellas le cuentan a mi reina todos los chismes del día, siempre con un tono medio, cada vez más bajo, sensualmente misterioso.
Antes de acostarse mi señora repasa su correspondencia subiendo a la azotea. Cualquier noble andalusí tiene un magnífico palomar en casa. Estas aves mensajeras son su “correo aéreo urgente” con los familiares que dejaron en la lejana Siria y con los espías del norte cristiano,…
©Carlos Parejo Delgado
1 comentario:
No apruebo ese "cautiverio impuesto " a las mujeres de esa época que, tan lúcidamente relatas, pero es cierto que la casi nula existencia de vida pública, hizo a esas mujeres sabias conocedoras de su intimidad.Debajo de esa piel que tenían obligado ocultar, se hallaba su verdadero mundo...
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