La muerte, una vez más
–y suman no sé cuántas–
me roza y, en el áspero
rasguño que acontece,
me dicta rescatar lo moribundo:
la mañana, el rocío
sobre el trigo en sazón, y un cántico
de pájaros,
que brota desde el fondo de una hoguera
abierta entre la cálida tersura de la
nieve.
Pero el silencio es sólido
y, en su marmórea estancia,
anida, invulnerable, el más lóbrego
invierno.
Fotografía: Richard Avedon
1 comentario:
Este poema es de los que desborda mi corta inteligencia
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