A Manolo Rubiales, porque sí estamos locos.
Cuando, muy fríamente, sugirió
Que fuese relatándole mi caso,
Me fue imposible contener el llanto.
“A ver si usted se entera,
De una jodida vez,
De que los hombres no lloran, ¡cojones!”,
Dijo, entonces, con voz profesional,
Mientras iba metiendo su mano en mi bragueta.
Luego, a horcajadas, subió sobre mí
Y, como loca de atar y sin freno,
Se puso a fornicarme en el diván,
Completamente ajena a los pacientes
Que abarrotaban su sala de espera.
He de reconocer
Que echamos un polvazo
Y que no derramé tan siquiera una lágrima
Ni aun cuando, gimiendo deslavazado,
Me corrí en la tersura de su vientre.
No obstante, opté, turbado,
Por pedir una segunda opinión
Que estuviese, digamos, algo así
Como más encuadrada en la ortodoxia.
Aquel otro psicólogo,
Muy reconocido profesional
Por tratar a políticos y artistas,
Me comentó que mi problema estaba,
Más que otra cosa, en la falta de afectos;
Y pasó a recetarme unas pastillas,
Que, dijo, carecían por completo
De efectos secundarios.
Ya una vez en la calle
Tiré a una papelera su receta
Y, sin solicitud de cita previa,
Irrumpí en la consulta de mi ardiente psicóloga
Buscando su terapia con urgencia.
(Habré de relatar que, desde entonces,
Pasado ya el horario de consultas,
Sin falta la visito cada sábado).
Que fuese relatándole mi caso,
Me fue imposible contener el llanto.
“A ver si usted se entera,
De una jodida vez,
De que los hombres no lloran, ¡cojones!”,
Dijo, entonces, con voz profesional,
Mientras iba metiendo su mano en mi bragueta.
Luego, a horcajadas, subió sobre mí
Y, como loca de atar y sin freno,
Se puso a fornicarme en el diván,
Completamente ajena a los pacientes
Que abarrotaban su sala de espera.
He de reconocer
Que echamos un polvazo
Y que no derramé tan siquiera una lágrima
Ni aun cuando, gimiendo deslavazado,
Me corrí en la tersura de su vientre.
No obstante, opté, turbado,
Por pedir una segunda opinión
Que estuviese, digamos, algo así
Como más encuadrada en la ortodoxia.
Aquel otro psicólogo,
Muy reconocido profesional
Por tratar a políticos y artistas,
Me comentó que mi problema estaba,
Más que otra cosa, en la falta de afectos;
Y pasó a recetarme unas pastillas,
Que, dijo, carecían por completo
De efectos secundarios.
Ya una vez en la calle
Tiré a una papelera su receta
Y, sin solicitud de cita previa,
Irrumpí en la consulta de mi ardiente psicóloga
Buscando su terapia con urgencia.
(Habré de relatar que, desde entonces,
Pasado ya el horario de consultas,
Sin falta la visito cada sábado).
6 comentarios:
Bueno... totalmente de acuerdo, no hay nada que no arregle un buen polvazo. Mejor no sigo porque vengo de una comidita y me he tomado una copita de Viña Esmeralda de más... y ya se sabe...
Pues nada, ya sabes Rafa... no faltes a la cita jajaja
Besazos guapo
Por cierto, dile al de la foto, que yo psicología no, pero que hablo muy bien francés... si quiere practicar...
Ahí está Rafa, con do cohone ahí..., que lo de la terapia poética funciona en cualquier vertiente, y lo de la terapia de la psicóloga esa es mano de santo, fijo. También hay que estar mal de la azotea para, después de semejante sesión, ir a buscar una segunda opinión, no hombre, no, a esa doctora lo que hay que hacer es pedirle una plaza de becario, a tiempo completo y con derecho a residencia entre sus muslos, por ejemplo.
Gracias picha.
Oye, Ana, pues mira que yo hace tiempo que tengo ganas de refrescar mis dotes políglotas, jajajajaja. Lo cierto es que el tío esta cachas, eh. Un beso de allende los Pirineos.
Kai, es que el psicópata de esta historia se quedó pasmao, por que no es pa' menos, picha, no es pa menos, ¿o no? De nada, como sabes es un placer complacer a los buenos amigos. Abrazos gaditas.
Divertido, divertido...comentarios incluidos.
Besos.
genial Rafa, este estusiasmo entrevelado y gimiente me ha encantado. POr cierto, Ana, hay un dicho por ahí que las mujeres verdaderamente preparadas son las que tienen el inglés hablado y escrito y el francés completo. Algo misógino, pero tiene su gracia.
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