Ayer en
La Gata Literata, como fin de temporada, varios de los amigos que allí nos reunimos habitualmente procedimos a leer algunos relatos breves bajo un lema común que se había decididito de antemano: “Este no es el foro”. Aquí os dejo mi intervención.
Este no es foro
Buenas noches; en primer lugar, para aquellos que no me conocen –es decir, todos ustedes-, presentarme: mi nombre es Rafa León.
Damas, caballeros, amigos, individuos, incautas, incautos… mis desprevenidas víctimas; antes de comenzar, es preciso que les pida perdón de antemano por las diferentes vejaciones a las en unos instantes voy a comenzar a someterles. Por favor, aquellos que se consideren con vocación de juez, fiscal, justiciero de barrio o, entre otros, verdugo, tengan la amabilidad de ir saliendo.
No, es broma. Bastará con que entreguen en la barra, navajas, revólveres, abrecartas, poemas, ordenes de desahucio, y cualquier otro elemento susceptible de ser utilizado como arma homicida.
(Comienzo a hojear tres gruesos legajos de folios)
Bueno, como son muy breves, me voy a tomar la libertad de maltrataros con la lectura de hasta tres relatos en relación al lema que nos trae aquí esta noche: “Este no es el foro”
Al primero de ellos, que será el segundo en brevedad, le seguirá, como no podía ser de otro modo, el segundo, que, aun siendo también bastante breve, es el más extenso; y por último –es decir, al final- un híper-breve.
(Mostrando sosiego, dejo caer los tres legajos al suelo)
No, esto no es. ¡Vaya!, me temo que he debido olvidarlos en casa y que, por tanto, al menos hoy, no podré martirizaros con su lectura.
No obstante, no me quisiera marchar sin hacer algo que, salvo en contadas y honrosas excepciones, han repetido aquellos que han pasado en noches anteriores por aquí… ¡Paco, por favor, una cerveza!
Bien, ya me marcho. No, hombre, no. Espero que hayan comprendido que todo lo anterior sólo formaba parte de la mala interpretación, por mi parte, de un breve guión con el que he pretendido introducir la lectura de mis relatos.
Los tengo aquí. (Sacando un par de folios de un bolsillo).
(Miro unos instantes a la concurrencia con inquietud, para terminar bajando la mirada con abatimiento. Poco después…)
¡Mierda, mierda, mierda!, esto tampoco es. (Con rabia y rompiendo los folios en pedazos)
Es broma. No habríais pensado que os libraríais tan fácilmente de mí.
Bueno, ya en serio, pero no tanto, procederé a perpetrar la lectura de mis tres breves relatos; el primero, con apenas cuatro líneas; el segundo, con poco menos de un folio; y el tercero, tan breve, que no hubiese sido necesario ni traerlo escrito. Pero tengo mala memoria.
Va el primero, que, por supuesto, como los otros dos, se ajusta al lema ya mencionado: “este no es el foro”. Lleva por título:
Coliseo
“¡ESTE NO ES EL FORO, ESTE NO ES EL FORO!” gritó con espanto, aquel senador romano, cuando, tras despabilar del aturdimiento ocasionado por los narcóticos que le habían diluido en el vino sus enemigos, tomó conciencia de que lo acababan de arrojar a los leones.
Este no es el foro; interesante lema ¿verdad? Bueno, este, ese o aquel; para el caso, es lo mismo. A la hora de la verdad nunca suele serlo, o termina por no parecernos el más adecuado. Y con esto último, precisamente, tiene que ver el segundo de mis relatos.
La hora de la verdad
Tomás Heredia Montoya, el “Fomasico” de Cumbres de Enmedio, era conocido por ese, más que nombre artístico, apodo no exento de sus buenas dosis de mala leche, debido a su complexión menuda y a la ubicación de los pagos que lo vieron nacer, así como a ciertos problemas de dicción que arrastraba desde su más tierna infancia. Su familia, pobre hasta los tuétanos, nunca dispuso de los recursos necesarios para que lo atendiese un buen logopeda… ni uno malo.
En cualquier caso, a Tomás, su pequeño defecto siempre se la había traído al fresco; lo único que ocupaba su pensamiento era la idea de, más pronto que tarde, llegar a triunfar como torero. De modo que, desde bien joven, ni un solo día había dejado de llamar puerta tras puerta reclamando una oportunidad, seguro de que, en llegándole, en ningún momento le temblaría el capote ni le flaquearía el ánimo. Pero al fin, cuando por caprichos del azar, para una Feria de Abril terminó por presentársele, un sólo toro, no pudo más que acojonarse del mismo modo en que se acojona un niño sometido al inhumano y estúpido trance de su primera confesión.
No obstante, cuando unos días antes de la lidia, en plena dehesa de Don Celestino Cuadri, tuvo la ocasión de poder contemplar al astado que le aseguraron le tocaría en suerte –aquella patética mezcla de vaquilla asustadiza y perrito faldero-, se tranquilizó hasta tal punto, que, envalentonado, alcanzó a balbucir para sus adentros:
-A ese “bisho”… a ese “bisho” le “esho” yo “güevos”… y, sin “poblema arguno”, le hago un apaño “pa” dos orejas y rabo.
Pero, debido a la incertidumbre que en esos momentos nos suele anegar el espíritu, sucede con bastante frecuencia que, en llegando la hora de la verdad, cualquier contrariedad, por insignificante que sea, tiende a engrandecerse a nuestros ojos, hasta llegar a antojársenos insalvable.
Así que, cuando a las cinco de la tarde como cantó el poeta, y con los tendidos de la Maestranza a rebosar hasta la mismísima bandera, vio “Fomasico” a aquel pedazo de morlaco “colorao” bufando como una máquina de vapor al irrumpir en la plaza desde la puerta de chiqueros; trémulo, sólo alcanzó a exclamar, un segundo antes de salir corriendo pavorido como alma que lleva el diablo y rogando a todos los santos del cielo que, a su llegada, se lo tragase el albero de detrás del burladero:
-Ese… ese… ¡ESE, “DIOHMIODEMIAMMA”…; ESE NO ES EL “FORO”!
Y, por último, dedicado a varios de los amigos que os encontráis hoy aquí, y que tanto insistís en que venga una tarde a torturar al personal con la lectura de mis poemas; este híper, híper, híper, híper-breve. Su título:
Este no es el foro
(Permanezco unos segundos en silencio mirando fijamente a la concurrencia)
Muchas gracias.