El techo de mis estancias, fabricado con listones de madera al que se superponen tejas, oculta su rusticidad y sencillez. Lo he pintado por fuera de llamativas listas de colores y con signos cabalísticos, y por dentro con un cielo en el que figuran las constelaciones celestes descifradas por los astrólogos egipcios y de Asia menor. Me ayudan en mis labores adivinatorias si conozco las fechas de nacimiento de mis clientes.
Mis escenificaciones del oficio de pitonisa asombran a los visitantes: No sé si será por mi vestido largo, de estrecha cintura y con un corpiño que deja el pecho al descubierto; o porque sostengo sendas serpientes en ambas manos y un gato montés encima de la cabeza. Mi tocador contiene además abalorios como madreperlas, caracolas y conchas marinas que son la decoración de mis cabellos y de los collares que adornan mi cuello. El suelo de mi sala de adivinaciones está dividido por más de una treintena de grandes cuadrados, sobre los que echo las piedras de colores que leen el destino. Según la disposición que adoptan y la casilla en que caen será funesto o favorable.
El bien merecido descanso de mis largas sesiones de consultas lo llevo a cabo en la estancia que me sirve de comedor y dormitorio. Un lucernario central deja entrar los rayos del sol muy lentamente, de modo que sólo está completamente iluminado en las horas centrales, alternando luces y sombras el resto del día. Mi lecho tiene una estructura de madera sobre la que reposa un colchón rústico, mezcla de algas marinas y heno de los campos, bien secos. Mis almohadones son blandos, rellenos de plumas de aves terrestres y marinas. Desde mi tálamo contemplo las cuatro paredes pintadas de un intenso azul, como si estuviera bajo las aguas del Mar; un mar en el que pululan, junto a animales mitológicos y dioses marinos, caballitos de mar, delfines, tritones y peces voladores...
Todas las habitaciones tienen forma de U, ya que rodean un patio interior donde debo realizar operaciones que aplaquen la ira de los dioses. Bien se trate del peligroso salto del minotauro o de sacrificios con la doble hacha a víctimas animales e, incluso, humanas. Las pulseras que adornan mis muñecas, de hecho, tienen la forma de esta arma mágica, pues me llenan de energías poderosas.
Pasa saber más: FERNÁNDEZ GABALDÓN, SUSANA. El pescador de esponjas. Punto Juvenil. Editorial Casals. Madrid.2000.
(¢) Carlos Parejo Delgado
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