Mi padre, conforme se acerca a los noventa, no para de darle vueltas a una idea fija. Si llega al cielo, perderá ese cuerpo tan achacoso y desgastado. Y conservará el alma.
Ésta, no sabe muy bien de qué modo por su carácter incorpóreo, será trasladada a una de los millones de casillas celestiales, reservadas a los bienaventurados. ¿Con qué otra alma compartirá celda? ¿Será por orden de llegada, por idiomas, por edades o por nacionalidad? ¿Cómo se reconocerán las almas unas a otras, tan sólo por su luz intensa?
Deberá existir un larguísimo turno de espera para volver a la tierra. Y, una vez le toque, irá a un nuevo cuerpo recién nacido. ¿Olvidará entonces quién fue anteriormente? ¿Será también un alma nueva?
Su religión cristiana debe de ser la única y verdadera, pues no en vano es la que ha reclutado más adeptos entre los seres humanos. Pero ¿Por qué Dios ha mandado a su hijo para darnos una señal, y no ha venido él mismo?
(¢) Carlos Parejo Delgado
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