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Tarde. Dijiste es ya muy tarde. Tarde
para esperar la luz,
para arrancar los párpados al miedo,
y vernos reflejados en los ojos
celestes, en su albor, de la esperanza.
Y sin embargo, ahora lo sé,
flotaba una luciérnaga encendida
a sólo una mirada de distancia.
No la supimos ver.
No la supimos ver y la dejamos
ahogarse eternamente en el estático
sudario de una noche en el destiempo.
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