Corren malos tiempos para el libro. Los avances reales o falsarios en tecnologías de la información y la comunicación, unidos a la avaricia desmedida del mercado y de aquellos que pretenden hacerse con la mayor cuota de negocio en ámbitos editoriales con afán de ir paulatinamente monopolizándolos, son los venenos que lo están haciendo languidecer y que pueden llegar a terminar asesinándolo. Y para ello, estos bárbaros de la (des)información recurren a cualquier argumento por espurio que sea, incluida una tan supuesta como falsa preocupación ecológica; como si la edición de libros fuese, que no lo es, uno de los factores clave que estuviese propiciando la criminal tala indiscriminada y la vertiginosa desaparición de la selva amazónica. Y, por otra parte, ese culto ciego a la "modernidad" que impregna el vacío de pensamiento que ocupa nuestros tiempos y que reniega de cualquier reminiscencia del pasado, por muy enriquecedora que esta hubiese poder sido y pudiese seguir siendo: cualquier tiempo pasado fue peor. Y, en todo este contexto, el tiránico imperio de la estrategia aberrante de “renovar” a toda costa para hacer caja como leit motiv de cualquier proyecto de "futuro". Ahí está la clave y la gran falacia de la revolución tecnológica y la vertiginosa “renovación” a que nos somete sin que, en un amplio porcentaje de los casos, las “innovaciones” perpetradas sean necesarias ni aporten realmente nada nuevo de interés.
Y en todo este contexto de puro y a un tiempo tan sucio negocio, ahora le ha tocado al libro. Y toda una horda de pirómanos sin escrúpulos, cual modernos Savonarolas se afanan en erigir las hogueras de las vanidades en las que dar muerte a su víctima, a sus víctimas, pues si el libro llegase a desaparecer, todos saldríamos perjudicados.
Pero en esta peligrosa deriva no sólo intervienen factores tecnológicos y de negocio. También, como en la Florencia de finales del siglo XV, hay implícitos elementos, quizá los de más peso, de carácter ideológico. Las posibilidades de diversidad y flujos en la libertad comunicativa que en la actualidad caracterizan a Internet ya han comenzado a ser vistas como un peligro evidente para sus intereses por aquellos que ostentan el poder, es decir, las grandes corporaciones económico-financieras y sus lacayos y mamporreros políticos. Y la dinámica que, por tanto, ya comienza a imprimirse en la red de redes es la del control y la homogeneización para ir ahogando el libre pensamiento y las discrepancias. Ese control y homogeneización es, si no imposible, muy difícil de operar para el caso del libro y el acto íntimo, y a la vez tan susceptible de ser puesto en común, de su lectura.
En este sentido, Ray Bradbury, con su “Fahrenheit 451”, fue un visionario que en su obra más conocida nos adelantó lo que ya está comenzando a suceder hoy día. En la sociedad descrita por Bradbury leer es uno de los peores actos criminales que se puedan cometer y una de las labores fundamentales de los bomberos es la quema de libros. La lectura, según los gobernantes de esa sociedad de ficción, angustia a los ciudadanos y les impide ser felices, ya que, al leer comienzan a pensar y a ser diferentes cuando deberían ser iguales. Un limbo, tras el que se ocultan los verdaderos motivos del gobierno de “Fahrenheit 451”: esa falsa felicidad impuesta por la homogeneización hace que los ciudadanos no cuestionen las acciones del poder y que rindan más en sus quehaceres; la productividad al servicio de las élites.
Esta es la sociedad a la que nos puede conducir la muerte del libro, una sociedad del no pensamiento, una sociedad en la que habrán sido erradicadas las discrepancias y lo que mi buena amiga Silvia Delgado denomina las afinidades subversivas, tan necesarias siempre para contrarrestar la dinámica intrínseca a la involución que subyace en todo sistema socio-económico y político.
Corren malos tiempos para el libro, y es nuestra responsabilidad, la responsabilidad de todos, salvarlo de esta nueva hoguera de las vanidades que pretenden erigir los poderes involucionistas del lado oscuro.
Y en todo este contexto de puro y a un tiempo tan sucio negocio, ahora le ha tocado al libro. Y toda una horda de pirómanos sin escrúpulos, cual modernos Savonarolas se afanan en erigir las hogueras de las vanidades en las que dar muerte a su víctima, a sus víctimas, pues si el libro llegase a desaparecer, todos saldríamos perjudicados.
Pero en esta peligrosa deriva no sólo intervienen factores tecnológicos y de negocio. También, como en la Florencia de finales del siglo XV, hay implícitos elementos, quizá los de más peso, de carácter ideológico. Las posibilidades de diversidad y flujos en la libertad comunicativa que en la actualidad caracterizan a Internet ya han comenzado a ser vistas como un peligro evidente para sus intereses por aquellos que ostentan el poder, es decir, las grandes corporaciones económico-financieras y sus lacayos y mamporreros políticos. Y la dinámica que, por tanto, ya comienza a imprimirse en la red de redes es la del control y la homogeneización para ir ahogando el libre pensamiento y las discrepancias. Ese control y homogeneización es, si no imposible, muy difícil de operar para el caso del libro y el acto íntimo, y a la vez tan susceptible de ser puesto en común, de su lectura.
En este sentido, Ray Bradbury, con su “Fahrenheit 451”, fue un visionario que en su obra más conocida nos adelantó lo que ya está comenzando a suceder hoy día. En la sociedad descrita por Bradbury leer es uno de los peores actos criminales que se puedan cometer y una de las labores fundamentales de los bomberos es la quema de libros. La lectura, según los gobernantes de esa sociedad de ficción, angustia a los ciudadanos y les impide ser felices, ya que, al leer comienzan a pensar y a ser diferentes cuando deberían ser iguales. Un limbo, tras el que se ocultan los verdaderos motivos del gobierno de “Fahrenheit 451”: esa falsa felicidad impuesta por la homogeneización hace que los ciudadanos no cuestionen las acciones del poder y que rindan más en sus quehaceres; la productividad al servicio de las élites.
Esta es la sociedad a la que nos puede conducir la muerte del libro, una sociedad del no pensamiento, una sociedad en la que habrán sido erradicadas las discrepancias y lo que mi buena amiga Silvia Delgado denomina las afinidades subversivas, tan necesarias siempre para contrarrestar la dinámica intrínseca a la involución que subyace en todo sistema socio-económico y político.
Corren malos tiempos para el libro, y es nuestra responsabilidad, la responsabilidad de todos, salvarlo de esta nueva hoguera de las vanidades que pretenden erigir los poderes involucionistas del lado oscuro.
3 comentarios:
oh, completamente de acuerdo con lo que dices, Rafa.
Debemos estar alertados, esta cuestiòn de la tecnologìa se convertirà pronto en una trampa y nos quedaremos no sòlo sin libros que leer, tambièn sin personas con las que soñar.
En fin, un abrazo, Silvia.
El libro no desaparecera nunca, podra ser, en todo caso, una arma, una puerta abierta, un anclaje dse la persona y nadie sera capaz de destruirlo en todo caso de mal utilizarlo. Un abrazo.
Mi querido amigo: como siempre, lúcido y magistral. Y, en ese sentido, nada que añadir. Me pregunto, sin embargo, si no hemos llegado ya a ese punto al cual tú dices que pronto llegaremos. Un abrazo. Paco.
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