viernes, 27 de septiembre de 2019
En zapatos ajenos
Me calzo tus zapatos
y me quedan estrechos.
Tus zapatos homófobos,
tus zapatos hediondos,
tus zapatos misóginos,
tus zapatos racistas,
tus zapatos estrechos.
Me calzo tus zapatos,
me los calzo, poniéndome
en tu lugar mezquino,
rancio y lerdo, y, sintiéndolo
mucho, no los soporto,
duelen mucho, a rabiar,
me oprimen los juanetes
igual que dos tenazas
en manos del verdugo
Tomás de Torquemada,
en las manos manchadas
de religión y sangre
de un criminal fascista.
Me calzo tus zapatos
y camino, qué digo,
me encamino al galope,
¿al galope?, qué digo,
me encamino poseso
de Satán, desbocado
camino a las cavernas,
las ratas, el gusano,
el eslabón perdido,
el yugo y las amebas.
Me calzo tus zapatos
estrechos como estrecha
es tu mente, y me siento
intolerable a un tiempo
que intolerante y necio.
Eres intolerable, intolerante;
prometo, me prometo
no volver a calzarme
nunca más tus zapatos,
tus pezuñas, tus cascos
de caballo de Átila,
tus zapatos fascistas.
¡Bravo¡ Poema que trasmite la rabia y el furor. Ahora entiendo mejor por qué los fascistas se ponen esas botas apretadas y herméticas en lugar de chanclas amplias . Es que sus pensamientos son estrechos y solo caben en ellas.
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