miércoles, 21 de octubre de 2015

La conjura de los zorrocotrocos

El caos inextricable de la vida lo llevó a dar de rebote con sus huesos en un lúgubre despacho compartido en una conocida consultoría. Acababa de aterrizar en el mundo feudal de las pequeñas y medianas consultoras. Y no llegaba ni a siervo de la gleba. Era, eufemismo de esclavo, un autónomo precario. Su primera tarea consistió en recabar y analizar diversos datos obrantes en un organismo público. Datos, según le había comentado uno de sus, a menudo ociosos, jefes, imprescindibles para el adecuado desarrollo del estudio que ese mismo organismo les había adjudicado mediante concurso público. Tras superar la honda perplejidad en la que quedó sumido como consecuencia de las continuas trabas que una horda de cargos políticos disfrazados de funcionariado le ponían para acceder a la información citada, se dijo: “Aquí no es que algo falle; es que esto no tiene arreglo” —hay moralejas incuestionables por naturaleza.

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