El caos inextricable de la vida lo llevó a dar de rebote con sus huesos
en un lúgubre despacho compartido en una conocida consultoría. Acababa
de aterrizar en el mundo feudal de las pequeñas y medianas consultoras.
Y no llegaba ni a siervo de la gleba. Era, eufemismo de esclavo, un
autónomo precario. Su primera tarea consistió en recabar y analizar
diversos datos obrantes en un organismo público. Datos, según le había
comentado uno de sus, a menudo ociosos,
jefes, imprescindibles para el adecuado desarrollo del estudio que ese
mismo organismo les había adjudicado mediante concurso público. Tras
superar la honda perplejidad en la que quedó sumido como consecuencia de
las continuas trabas que una horda de cargos políticos disfrazados de
funcionariado le ponían para acceder a la información citada, se dijo:
“Aquí no es que algo falle; es que esto no tiene arreglo” —hay moralejas
incuestionables por naturaleza.
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