Presumía de tener nervios de acero. Y
se pensaba a salvo. Buena moneda de cambio –se decía a menudo–
con la que hacer frente a los tiburones del asfalto, los mercachifles
de la oscuridad, trileros hematófagos que comerciaban jugando
siempre a su favor con la dignidad y la esperanza ajena, vendedores
de humo. Y de repente, números rojos. Y paredes blancas acolchadas.
Del verbo corromper, dícese en España, de especie frecuente de mamífero humano: político corrupto.
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