Apenas comenzamos a explorar
a gatas los confines
de lo desconocido,
nos enseñan a odiarnos los unos a los otros,
a establecer fronteras, a temernos,
a pasar por encima,
a ser asno de Atila devastando
la sementera ajena, a caminar dejando
detrás tierra quemada,
a vencer o morir. Por si una guerra.
Porque la vida es dura y nunca ha habido
zapatos para todos
y andar descalzo hiere los pies del más pintado.
Creced, multiplicaos,
sed carne de cañón, no más que un número
en el haber sin debe
–el oro en una mano
en la otra el crucifijo–.
que ostentan los señores de la guerra.
Dejadlos que, arrastrándose,
se acerquen hasta mí;
es tiempo de matanza.
Bienaventurados los pacíficos...
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