llevo una escolopendra en la garganta
abajo arriba arriba abajo a todas
horas procesionando escarneciendo
con paso militar la sed y el cántico
royéndome el hioides obstruyendo
mi aliento con encono envenenando
con sus mandíbulas de sal y azufre
lo delirios de azogue en los que apoyo
mis pies de barro hundiéndose en el
fango
a veces abandona el nido infecto
que ha urdido en mi laringe y con
descaro
se asoma nauseabunda a oler la ciénaga
cualquier lumbrera sirve a su huroneo
fosas nasales boca cuencas ciegas
vacías de los ojos oídos sordos
recorre mi cabeza devastando
los restos corrompidos de cordura
que hilé con remembranzas inventadas
borrando con sus huellas arruinando
los hitos que señalan el trayecto
a un tiempo y un lugar que no nacieron
después vuelve al cubil ahíta del
halo
celeste que ha libado en mi locura
dejando los pingajos putrefactos
de mi alma desolada sobre un lecho
de hostil desilusión congoja y sombras
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